Hace mucho que Billy Joel dejó de ser joven. Y no lo digo por lo obvio (es un hombre caucásico y calvo de 70 años).
Lo digo porque incluso, cuando era joven —joven de lo obvio— Billy Joel decidió dejar de serlo, simplemente renunció a ello y de qué forma más sensata: se dio cuenta de que no tenía más palabras que decir y guardó silencio. Billy Joel ya lo había dicho todo.
Fue en 1993, dos años después de sus primeros conciertos en México, que Billy, el maestro, (como tantos cronistas del espectáculo se aventuran a llamarle ahora) aventó la pluma y el bloc de notas amarillas sobre el piano. Eso de escribir, eso de hacer que refulgieran las páginas de tinta, eso de llenar la papelera con borradores de hojas tachonadas, eso de quemar el Steinway con cenizas de Camel en medio de la madrugada, en medio del estudio de grabación, Billy, lo sabía bien, era algo que sólo podían hacer las almas beat adolescentes; escribir poesía sólo podía ser intrínseco del joven de Long Island, ese mismo que ya había dejado de ser hace tiempo, aquel que pasaba las noches en una lavandería, intentando apagar sus impulsos suicidas.
Pintar con su música barroquísima las estrofas de hombre común, de outsider, de antihéroe rothiano, de judío perdido, era algo que sólo podía hacer William Martin Joel, el trovador de los bares, el Ray Charles malogrado, el Jimmy Hendrix frustrado.
Y hacía tiempo que Billy ya no era todo eso; hacía tiempo que Billy ya no era Billy: En algún punto de la ruta se había dejado a sí mismo la piel de aquel joven relegado por sus pares, ese que parecía más un oficinista que un rockstar en la cúspide.
Y guardó silencio.
Se dejó la barba.
Se ahogó en alcohol.
River of Dreams, de 1993, habría de ser lo último que supiéramos de él.
Había terminado consigo mismo y cruzaba a penas el filo de los 40 años de edad.
Pero surgió de sus escombros, se montó al piano y se fue rodando cuesta abajo.
Mañana, México se encontrará frente a frente con el antihéroe del pop, con aquel que prefirió guardar silencio a decir algo que no era capaz de sostener; mañana, ante 30 mil personas en el Foro Sol, le agradeceremos a Billy Joel esos veintitantos años de silencio que desafiaron al sistema del negocio del entretenimiento, ese mundo de los dos discos por año, ese en el que sólo es preciso renovarse, con lo que sea, pero renovarse al fin.
Y Billy tiene con qué restregar que no es necesario parlotear para trascender. Silencio, viniendo de un músico que vive del estruendo, debe ser algo que valga más que todo un repertorio.
Mañana, el antihéroe/marinero/devorador de libros de historia redimirá su silencio frente a la bestia de 88 dientes de marfil (sintético desde hace unos años), y confirmará la única máxima que ha persistido a los cambios de un hombre regular con el paso de los años: Don’t take any shit from anybody!.
La primera vez que Joel vino a México, lo hizo siendo el primer acto musical internacional en plenas condiciones que se presentaba en nuestro país con toda infraestructura. Se encontró con un país en plena “modernización”, gobernaba Salinas.
La segunda vez lo hizo en tiempos de Calderón, en los tiempos en los que la guerra contra el narco apenas comenzaba.
¿Con qué México se encontrará Billy Joel mañana? ¿De qué lado del avión vendrá sentado? ¿Verá los atisbos de la cuarta transformación?, ¿Verá el eterno Bosque de Chapultepec manchando el asfalto?
Lo único claro es que Billy, la noche de este viernes, volverá a ser joven una vez más.
***PS
La friega de aceite para el Coronavirus