Puebla
Por: Mario Galeana
Cuando Carlos Gilbón se atavía el capirote y la túnica, Carlos deja de ser Carlos, deja de tener 34 años y de ser profesor en una escuela secundaria. Se convierte en uno más de los 800 porteadores de la imagen de Jesús Nazareno.
Y mientras avanza con la imagen sobre los hombros, codo a codo con sus hermanos de cofradía, rodeados de otros miles que, arremolinados a lo largo de las calles del Centro Histórico de Puebla, se acomodan para ver la procesión de Viernes Santo, en su cabeza se suceden rezos y plegarias, y entra en un estado en el que dice que sólo puede conversar con Dios.
Este año, sin embargo, Carlos observa con melancolía su uniforme de portador guardado en el clóset. Se había preparado física y espiritualmente durante casi un año para que, al final, de una forma intempestiva para todos, la procesión haya sido cancelada a causa del virus Covid-19.
“Se trabaja mucho tiempo organizando, preparando, tratando de corregir lo que pudo haber salido mal en la anterior procesión… y se canceló. Hay mucha melancolía, por supuesto. Y algo de tristeza también. Pero al final Dios sabe por qué quiere esto, por qué lo quiere así. A lo mejor es para que lo valoremos más”.
Carlos llegó a la Cofradía de Nazarenos hace 15 años, cuando era un muchacho de 19. Su madre lo llevó a participar en la procesión anual y en poco tiempo se sintió acogido por la comunidad.
Una de las cosas que más le agradaron fue sentirse unido espiritualmente con otros hombres, a palpar un lazo profundo de sinceridad que no requería largas borracheras ni lugares profusamente iluminados.
“Es difícil para los hombres alcanzar esta espiritualidad. Los hombres son más de ir a la cantina… y esto es lo contrario, la búsqueda del amor de Jesús.
Hay una conexión en el hecho de que todos vayamos encapuchados, porque es un acto de cero protagonismos. Es ir en contacto con el Señor, el Señor y yo hablando a través de la oración”.
La de los nazarenos —responsable también de portear la imagen de El Señor de las Maravillas— es la cofradía más numerosa en el estado. Sus filas reúnen a por lo menos mil personas durante el día exacto de la procesión. No acepta mujeres a menos que éstas sean familiares de alguno de sus miembros, y tampoco pueden formar parte de la Junta de Gobierno de la cofradía.
Desde hace varios años, a los 26 integrantes de la Junta de Gobierno —entre las cuales estaba Carlos— se les permitió llevar túnicas y capuchas que son similares al atavío utilizado en las antiguas procesiones españolas para guardar en secrecía su identidad.
A lo largo de sus 15 años en la cofradía, Carlos asegura haber sido bendecido con trabajo y salud. Pero recuerda con nitidez haber sido testigo de algo que, para él, sólo puede entrar en la categoría de los milagros.
Recuerda a una madre que rogó porque su hijo volviera a caminar. Los médicos habían descartado por completo esta posibilidad tras cinco años de tratamiento, y ella optó por pedírselo a Jesús Nazareno.
“Nos da la sorpresa de que, después de tanto tiempo, el niño ya está caminando.
La señora regresó a darle las gracias a la imagen por ese milagro. Ver eso me estrujó el corazón”.