«Parece que en cada cambio en la situación política se cambian también todos los principios, salvo uno, el poder del catolicismo»
Carl Schmitt
A las 7:35 de la mañana –tiempo de Roma– de este 21 de abril de 2025 el Papa Francisco, después de una exhaustiva batalla contra lo inevitable, falleció a la edad de 88 años víctima de un derrame cerebral, en su residencia de Santa Marta en la Ciudad del Vaticano.
Horas antes, después de la misa del Domingo de Resurrección oficiada por el cardenal Angelo Comastri, el Papa apareció por última vez con vida ante el mundo, deseó «buona Pascua» a más de 50 mil fieles desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, mientras Diego Ravelli, maestro de ceremonias, leía su último mensaje, a la postre destinado a convertirse en el testamento político de Francisco:
«Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes (…) Es preocupante el creciente clima de antisemitismo que se está difundiendo por todo el mundo. Al mismo tiempo, mi pensamiento se dirige a la población y, de modo particular, a la comunidad cristiana de Gaza, donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria. Apelo a las partes beligerantes: que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente, que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz».
El Papa no sólo se centró en Gaza, también envió sus deseos de paz a Siria, a Yemen «que está viviendo una de las peores crisis humanitarias prolongadas del mundo a causa de la guerra», hizo votos por «la martirizada Ucrania», exhortó a que Armenia y Azerbaiyán lleguen a un acuerdo de paz definitivo, deseó «que la luz de la Pascua inspire los propósitos de concordia en los Balcanes», haciendo extensivo sus intenciones al Congo, Sudán del Sur, Sahel, Grandes Lagos y Birmania.
Frente a semejante estatura moral, las preguntas sobre el futuro de la Iglesia de Cristo no dejan de ser inquietantes: ¿continuará el cardenal Matteo Zuppi, Peter Turkson, Luis Antonio Tagle o Juan José Omella, en caso de ser electo por el Cónclave, la obra renovadora que inició Francisco en 2013? ¿Estará dispuesta la Santa Sede a abonar al neofascismo del mundo llevando al trono de San Pedro a Willem Eijk, Péter Erdö o Raymond Leo Burke? En verdad, en un mundo tan convulso como el del siglo XXI, ¿el colegio cardenalicio seguirá el canon de la tradición optando por “un Papa de transición”, un equilibrista entre las coaliciones renovadoras y conservadoras del Cónclave como el cardenal Pietro Parolin?
Realmente no importa el nombre o la nacionalidad del vicario; la verdadera trascendencia está en la orientación doctrinaria que tenga la coalición ganadora de la Capilla Sixtina en un par de semanas. Por ahora sólo podemos decir una cosa: que descanse en paz, en la Basílica de Santa María la Mayor, el Papa Francisco.