«Se tiene que ir construyendo en la sociedad una negativa a los contenidos que hacen apología de las violencia o de las drogas o de la misoginia (…) nos referimos a las canciones pero también a las series de televisión, a todo lo que se ha construido a partir de la apología del narcotráfico»
Claudia Sheinbaum
Resulta muy interesante que, en vez de incentivar un programa nacional de desayunos escolares saludables con operación en todas las escuelas públicas del país; tengamos el prohibicionismo de la 4T, cuyo único objetivo ha consistido en alejar los productos “chatarra”, a excepción del Chocolate Bienestar –con todo y sus tres sellos que acreditan un contenido calórico altamente peligroso para los menores–, de las cafeterías de las mencionadas instituciones educativas.
Esa “puntada”, sacada de los más elementales manuales de “vida saludable”, acaba de cobrar nuevas víctimas en otro campo de acción completamente distinto: el pasado 11 de abril, Luis R. Conriquez se presentó en la Feria Internacional del Caballo, el espectáculo se desarrolló con calma hasta que el cantante se negó a interpretar los narcocorridos que lo han hecho tan famoso, desde luego la respuesta de su público no se hizo esperar y descargaron su furia sobre el escenario.
¿En verdad los narcocorridos condicionan, como si se tratara del famoso perro de Pávlov, una sociedad violenta? El sentido afirmativo de dicha pregunta implicaría incurrir en una auténtica falacia. Sin embargo, resulta esencial plantearla, no por lo que muestra, más bien por lo que oculta: una burda estrategia propagandística que tiene por sentido invisibilizar la barbarie nacional bajo un planteamiento cuasi-infantil, “si no pasa en palenques, tampoco ocurre en la realidad”.
Desde luego es mucho más fácil presionar a Conriquez, Peso Pluma, Natanael Cano, El Komander, Fuerza Regida y hasta a Gerardo Ortiz, que acabar con las redes delincuenciales –terroristas, dirían en la Casa Blanca– que le dan sentido y forma a la apología: el Cartel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación, por sólo mencionar a las principales catedrales del crimen organizado de este país.
«Imagine all the people», como cantaba Lennon en 1971, que pronto lleguemos al consenso que desea Sheinbaum y que dejemos de usar la música como reproducción apologética. ¿De qué nos serviría semejante "castración" artística si mantenemos los indicadores de violencia que mes con mes reporta el Secretariado Nacional de Seguridad Publica?
¿O dígame usted, si la tendencia de 14 mil 102 homicidios dolosos –según datos oficiales– acumulados desde el 1º de octubre del 2024 al 31 de marzo del 2025, va a revertirse cuando el puritanismo cuatroteísta acabe con la narcoviolencia en los palenques y en Spotify? Como si fuera tan fácil.