Los últimos procesos de entrega-recepción del poder en Puebla nunca alcanzaron un nivel de cordialidad como hasta ahora entre Sergio Salomón Céspedes y Alejandro Armenta, significativo para la gobernabilidad poblana.
El cambio de la estafeta de Mariano Piña Olaya a Manuel Bartlett Díaz resultó extremadamente complejo.
El gobernante saliente ganó a pulso su distanciamiento respecto de su sucesor, pero salvó su carrera gracias a una ley no escrita del sistema que, entonces, funcionaba.
Ambos hombres de partido, del aún todopoderoso PRI, se disciplinaron.
Piña Olaya no hizo mayores olas a Bartlett, pasó por alto expedientes que se acumulaban en Casa Puebla para emprender acciones contra su predecesor.
Seis años después, Melquiades Morales Flores enfrentó todo el aparato de Estado de forma anticipada.
En la elección del candidato del PRI a la gubernatura, Bartlett desahogó todo lo que pudo para bloquear al senador y favorecer a su delfín, José Luis Flores.
En esa contienda golpes bajos y financiamiento desmedido tapizaron la entidad y ni así el gobernador en turno pudo frenar a Melquiades y su “ejército de compadres”.
En ese episodio el mandatario estatal hizo ver su suerte al que más tarde sería su sucesor.
No obstante, la entrega–recepción no resultó mal, aunque una vez más prevaleció la disciplina del partido.
Una situación similar operó en el sexenio siguiente con la llegada de Mario Marín.
En la entidad ya se había consolidado la máxima de que “gobernador no pone gobernador” y las guerras políticas ocurrían en la selección de las candidaturas.
El cambio de gobierno entre Melquiades y Marín no se recuerda de ruptura en buena medida por el reparto de espacios. El melquiadismo se había quedado con la capital del estado con Enrique Doger.
Sin embargo, la batalla brutal por el poder había ocurrido antes, cuando propinaron tremendo revés a Germán Sierra Sánchez.
Sin embargo, del marinismo al morenovallismo hubo un cambio drástico.
El gobernador Marín tardó semanas en recibir al ganador de la elección de 2010.
El primer encuentro no tuvo desperdicio: la cara larga del mandatario frente a un socarrón Moreno Valle, preludio de nuevos tiempos políticos.
Lo que vino después fue escandaloso.
Rafael Moreno Valle persiguió con todo al marinismo, y curiosamente, dejó intacto al jefe político del grupo.
Luego de Moreno Valle a Tony Gali, que inicialmente suponía cordialidad, terminó en desgracia política.
Vinieron meses de desencuentros que coronaron con un distanciamiento que ya no tuvo solución, al momento de que entregó el poder a Martha Erika Alonso.
Entre 2011 y 2018 la guerra ocurrió tras bambalinas del poder.
Las aspiraciones presidenciales del líder del grupo tornaron más intensa y turbia el paso de esa estafeta entre gobernantes.
En el lapso de 2018 al 2024, las condiciones cambiaron por la inestabilidad a partir de la desgracia política.
Dos gobernadores muertos, Martha Erika y Miguel Barbosa, propiciaron sobresaltos que sacudieron a la entidad.
A unas horas de la llegada de Armenta, por lo menos al momento hay un clima de civilidad entre la administración saliente y la entrante, lo que sin duda es una buena señal, envidiable según los últimos tiempos.
CAJA NEGRA
Otro acto que ocurrirá el próximo fin de semana es la elección de la nueva dirigencia estatal del PAN en la que hay nerviosismo en el equipo de Felipe Velázquez.
Esto significa que la contienda no se ha definido como pretendieron en un momento al cerrar el proceso al Consejo Estatal y cualquiera puede llevarse el triunfo.
La búsqueda del poder, de lo poco que aún pueden disputar se ha vuelto un ejercicio extremo para el blanquiazul.
En el panismo viven horas decisivas y, también, campaña a prueba de cualquier “operación cicatriz”.