FIN DE UNA ERA SINDICAL•El pasado 31 de agosto falleció el profesor Rafael Ruiz Márquez y con él se fue una etapa de la historia del sindicalismo magisterial de México. Testigo privilegiado, Rafael Ruiz vivió de cerca las intrigas palaciegas y las luchas encarnizadas por el poder de tres maestros que, para bien o mal, han pasado a la historia de México: Carlos Jonguitud Barrios, Elba Esther Gordillo y el poblano Jesús Sarabia y Ordóñez –a quien una ficha del extinto Cisen ubicaba como “el maestro más rico de México”-. Ruiz Márquez creció a la sombra de Sarabia, quien aglutinó uno de los poderes más importantes en el estado. Eran tiempos en que si un político quería ser gobernador, necesitaba de la amistad y respaldo del profe Jesús, pero sobre todo de su compadre Carlos Jonguitud. Ruiz Márquez, a su vez, poco a poco fue escalando en la azarosa pirámide del poder magisterial. Beneficiario del cacicazgo jonguitudista y su Vanguardia Revolucionaria, también tuvo un pie metido en la política. En aquellas épocas los maestros eran un sector más del PRI, no oficial pero sí con generosas cuotas de gobierno –desde alcaldías hasta gubernaturas-. Rafael Ruiz aprovechó esa dualidad para ser alcalde en la Sierra Norte, de donde era originario, y diputado local. Forjado en las tripas de la ballena sindicalista, supo leer a tiempo los cambios en el país que venía del fraude patriótico de 1988, el crecimiento de la izquierda y un cambio de régimen. En 1989, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación tuvo uno de sus más importantes auges y peleó, casi escuela por escuela, en varios estados clave por la democratización del SNTE. Carlos Salinas estaba en un predicamento: dar cauce a la salida del cacique sin perder el control del sindicato magisterial más grande de Latinoamérica. Así pues, se decantó por Elba Esther Gordillo. Contrario a lo que se creía, Ruiz Márquez supo maniobrar políticamente para transitar sin problema la defenestración. Un pacto con Elba Esther, su trabajo en la base sindical, el poder acumulado por años y el respaldo de los sectores indicados de la nomenclatura magisterial lo llevaron a la secretaría general de la Sección 51 del SNTE, desde donde combatió a la disidencia. Pero Rafael Ruiz sabía que su secretaría era un periodo de transición. El gordillismo preparaba su propio relevo de cuadros. Tras dejar la secretaría general fue llamado a integrarse al Comité Ejecutivo Nacional, pero sólo estuvo cuatro meses. Vinieron, entonces, nuevos caciques al amparo de Elba Esther, sobre todo Guillermo Aréchiga Santamaría y Leticia Jasso Valencia. Hoy que el profe Rafael ha muerto, una historia del magisterio también acaba. Pero la historia es terca y de vez en vez nos recuerda los tiempos en que este país era otro.
¿BOICOT?
•Ser prófugo de la justicia no es cosa menor, principalmente cuando un exsecretario de Estado se encuentra en esa condición. Luis Ernesto Derbez Bautista se encuentra a salto de mata ante las órdenes de aprehensión giradas en su contra.
(Recordemos: él, sus secuaces y la familia Jenkins de Landa, enfrentan cuatro denuncias penales locales y dos federales). Escondido en algún lugar del planeta, el exrector ha quedado inhabilitado, pero los Jenkins están dispuestos a seguir manipulando las condiciones al interior de la universidad. Es por eso que sedujeron a Cecilia Anaya Berrío, exvicerrectora de Docencia y enemiga de Derbez, para que diera la cara por ellos. La investigadora que se dice rectora sin ser rectora parece estar dispuesta a sabotear las acciones del nuevo patronato de la Fundación Universidad de las Américas Puebla. De ahí la protesta de brazos caídos del personal de limpieza y servicios, quienes se rehúsan a trabajar bajo las órdenes del nuevo patronato debido a que corren el riesgo a que
no les paguen su salario semanal. Todo parece indicar que Anaya Berrío hizo un mal cálculo para ofrecerse como limpia caras de los Jenkins, principalmente porque la derecha y ultraderecha poblana enquistada en la institución –desde la que hacían muy jugosos negocios- entendieron el mensaje y poco a poco han ido abandonando el barco. La razón es sencilla: no participarán en una guerra que está perdida desde un inicio.