«En el caso de nepotismo es para el 2027, porque no afecta a ninguna persona que haya sido elegida en 2024. En el caso de reelección la mandamos en 2030. Esa es la propuesta que enviamos, ya dependerá de los Congresos (…) eso significa que quien fue electo en 2024 tendrá la posibilidad de una reelección»
Claudia Sheinbaum
Desde una lectura altamente favorable al desempeño de la presidenta de México podríamos asegurar que, en materia de no-reelección, la doctora Claudia Sheinbaum está regresando a la Constitución de 1917 a su espíritu originario. Desde luego esa afirmación es pura ideología –o peor aún, propaganda–, pues los diputados y senadores del México posrevolucionario podían reelegirse de manera consecutiva; de lo contrario carreras parlamentarias de larga data, como las de Antonio Díaz Soto y Gama y del propio Emilio Portes Gil, no hubieran sido posibles.
Originalmente la reforma constitucional, en materia de prohibición de reelección consecutiva, ocurrió en los albores del maximato callista, como una estrategia de control por parte del partido oficial –PNR primero, después PRM y finalmente PRI– sobre el aparato de fuerza que implicó la representación política en el Congreso de la Unión. Y, sin embargo, los alcances de esa modificación constitucional nunca prohibieron ni limitaron la reelección no-consecutiva. El hecho permitió a priistas de abolengo como Blas Chumacero y Emilio M. González Parra desempeñarse 30 años –cada uno– como legisladores de la Unión. Desde luego no estamos frente a casos aislados: Carlos Sansores Pérez alternó entre diputaciones y senadurías por 24 años, Alfonso Sánchez Madariaga por 21 y hasta Hilda Anderson Nevárez por 18 años.
Visto lo anterior en perspectiva histórica, podemos asegurar que Claudia Sheinbaum está restaurando una reforma constitucional que le permitió al PRI reproducir mayorías tan hegemónicas en el Congreso como leales al partido de Estado.
Y, sin embargo, el diablo siempre está en los detalles. Este 2025 la presidenta Sheinbaum no se atrevió a cancelar la posibilidad de reelección de aquellos legisladores –Ricardo Monreal, entre otros– que hoy ocupan una curul en el Congreso de la Unión. La falta de atrevimiento exhibe los saldos de una ruptura, un padecimiento que, por cierto, el PRI nunca tuvo. Ya lo comentábamos en mi columna “Crónica de la Ruptura”, publicada el pasado 10 de diciembre:
«No es casualidad que la doctora Sheinbaum esté impulsado una reforma que no viene de la bitácora del obradorismo, y que en estricto sentido tiene como objetivo acabar con la reelección consecutiva de diputados, senadores y hasta presidentes municipales, capaz de desplazar el control político del Jefe Máximo de la Transformación –López Obrador– a los órganos de dirección del partido, y eventualmente a la presidenta en turno. ¿Le concederá la mayoría oficialista esa reforma a la presidenta de México? Me parece que de la solución de ese problema dependerá la suerte del resto del sexenio».
Me parece que el acertijo está resuelto: alcaldes, así como legisladores locales y federales podrán reelegirse de manera consecutiva por última vez en 2027, pues una presidenta que tiene que amenazar con el veto a su propia bancada, en esta ocasión no se arriesgó a recibir un revés legislativo, decidiendo –quizá en un acto de mesura republicana– dejar el control de la mayoría del Congreso de la Unión a su sucesor.