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Oficialismo encarnado

Oficialismo encarnado

Columnas jueves 01 de diciembre de 2022 - 00:04

Durante la segunda quincena de abril pasado, en el contexto de la fallida reforma constitucional en materia eléctrica, los senadores de Morena –antes de haber sido azuzados por las punzadas monrealistas– emitieron un comunicado que pasará la historia de la zalamería política nacional. Siguiendo ese contexto, en mi columna de ContraRéplica Puebla le comentaba a usted lo siguiente:

“(Según lo senadores morenistas) Andrés Manuel ‘simboliza los ideales de la nación, la patria, el pueblo, la independencia, la soberanía (…) los que se oponen al presidente de México no son más que un puñado de mercenarios que al ver sus privilegios mancillados luchan con todo su poder económico para que prevalezca el viejo régimen’. Poco faltó para que los senadores aseguraran que AMLO, con el simple tacto, es capaz de curar enfermedades pues está ungido y divinizado por el altísimo, como suponía la mentalidad medieval hace siglos con los reyes taumaturgos; afortunadamente su ignorancia no le permite a su ingenio llegar tan lejos.”

Frente al comunicado, la sensatez nos obligaría a preguntarnos: ¿qué garantía tenemos de que López Obrador siempre quiere lo mejor para México? Ya nos respondieron los senadores de Morena: “encarna la nación, la patria y el pueblo”. Estamos en los terrenos de la religión, no de la política.

¿Qué habrá hecho este país para merecer en la Presidencia de la República un mesías incapaz de incurrir en error o perversidad? ¿Y cómo no pensar semejante barbaridad cuando fuimos testigos de un soberano que camina en procesión tumultuaria sobre Paseo de la Reforma arropado por su pueblo, tocado y elevado a la consagración rumbo a su templo? ¿Cómo descartar hoy la sentencia de los legisladores, cuando acabamos de presenciar la metamorfosis de una marcha, el evento por excelencia de los indignados, en la expresión sumaria del oficialismo encarnado?

El rito fue tan poderoso que más de uno está decidido en emularlo. Desde los años dorados del corporativismo mexicano, hace casi un siglo, ningún presidente se ha resistido a la tentación de mostrar la capacidad de movilización del régimen con el simple objetivo de afirmarse, ante propios y extraños, como el punto final e indiscutible de la pirámide del poder político en México.

No obstante, en esta ocasión, López Obrador rompió las formas renunciando a la arista de la pirámide para colocarse a nivel de base. La ficción es enternecedoramente hobbsiana: el tlatoani mexicano es una sumatoria interminable de cuerpos que los mueve un solo aliento. Era de esperarse que el contagio del ejemplo, para el resto de la clase política, fuera tan irresistible que estamos ante el nacimiento de un ritual más del Estado que sobrevivirá mientras la 4ta Transformación permanezca en el poder.

¿En verdad México es el país de un solo hombre? ¿O tan sólo somos testigos de un proyecto alternativo de nación fallido que terminó en una autocracia populista transitoria? Si la marcha del millón –de fieles y acarreados– algo nos demostró fue que una gran fracción del electorado está comprometida en cuerpo y alma con el oficialismo encarnado en un acto de contrición más que de razón. Lo repito y lo sostengo: nos encontramos en el terreno de la religión, no de la política.

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/CR

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