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El reino de las apariencias 

El reino de las apariencias 

Columnas miércoles 24 de febrero de 2021 - 23:09

En un lugar muy lejano (creo que no tanto), existía un reino que aparentemente era hermoso. Por fuera al menos, ya que por dentro la gente que ahí vivía estaba hipnotizada bajo un hechizo que los hacía aparentar quienes NO ERAN para poder pertenecer a este lugar.

Los habitantes tenían que estar siempre “felices” y mostrar una enorme amabilidad sin importar lo que pasara dentro de cada uno de ellos. Eso era incompartible, era causal de destierro del pueblo, pues era el Reino de las Apariencias.

Las mujeres habían sido “educadas” a la Bree Van De Kamp: impecables en su forma de vestir, maquillaje inmaculado y sonrisas congeladas; a pesar de los problemas que enfrentaban al cerrar, con muchas cerraduras, las puertas de sus casas.

Los hombres tenían que ser siempre capaces de mantener a su familia en una posición social “aceptable”.
Los niños eran groseros y malcriados con sus padres, pues en este poblado estaba prohibido negarles cualquier cosa y era obligatorio sobreprotegerlos, evitarles frustración y sufrimiento… quien lo hiciera era señalado por la sociedad y les llegaban advertencias del séquito de los reyes de poder ser expulsados del reinado… así que preferían vivir “cómodamente” en su ciega incomodidad.
Un día, un niño del Reino de las Apariencias conoció a una doncella de un pueblo muy lejano. Estaba perdida al desbocarse su caballo y salir a la derivaquién sabe hacia dónde. Al ayudarla, la niña le preguntó por qué sonreía, pero él le contestó con otras preguntas: ¿Por qué tú no estás sonriendo? ¿Por qué tus puños están cerrados con tanta fuerza? ¿Por qué me estás gritando?
Ella, confundida, le gruñó en un tono bastante elevado: “Se llama ENOJO, estoy enojada porque me tiró mi caballo.
También tengo MIEDO, pues no sé dónde estoy y estoy TRISTE porque extraño a mi familia”.
“¿Quéeeeee? No estoy entendiendo nada. No sé qué es estar enojado ni miedoso, mucho menos eso de la tristeza. ¿Cómo es que puedes sentir todo eso?”, le reviró. Ella, aturdida, le dijo que se llamaban emociones y que todos las llevamos dentro. Qué hacía él, por ejemplo, cuando se peleaba con sus amigos; o cómo reaccionaba cuando no le salían las cosas como esperaba; cómo vivía cuando había actuado de una forma que lo hiciera sentirse mal con él mismo.
Él se quedó atónito. “Nunca nos han enseñado eso, aquí todos somos amables y sonreímos. Pero tienes razón (su tono comenzó a hacerse más tenue): Hay veces que se me cansa la mandíbula de tanto sonreír porque no me siento con ganas de hacerlo, hay ocasiones en que pienso diferente a mis hermanos y eso me llena de un calor interno, pero automáticamente me viene la voz de mis padres diciéndome que tengo que estar siempre feliz y ser amable. Hay veces que siento en mi corazón esas cosas que dices… ahora me hacen sentido… pero pensé que estaba loco porque aquí está prohibido decirlas, nadie habla de qué siente, supongo que nada más lo esconden y sonríen como establecen las leyes de mi pueblo. Pero, dime: ¿cómo es poder expresarte, decir lo que realmente sientes dentro de ti?”, le explicó.
Ella estaba nuevamente aturdida, aunque sintió una gran compasión por este “raro” personaje que le platicaba cómo TODOS LOS HABITANTES DE ESE PUEBLO QUE SE VEÍA TAN HERMOSO ocultaban sus sentimientos. No pudo evitar pensar en las pocas horas de vida que le podrían quedar a un pueblo así… era cuestión de tiempo que todo esto explotara.

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/CR

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