Puebla
Por: Alejandra Gómez Macchia
Hoy, 9 de marzo del 2020, no sé cómo, no sé porqué, pero amanecí muerta.
O al menos eso creo.
Lo curioso es que, aunque sé que amanecí muerta porque mi amigo Alejandro Mondragón dio la lamentable noticia en su programa, yo puedo ver y puedo escuchar lo que los demás dicen.
Sé que ahora (muerta) viviré mis quince minutos de fama. Los que me conocieron dirán que fui buena, aunque no haya sido ejemplar. Los que no leyeron mi libro, le darán el beneficio de la duda y lo leerán por morbo o por culpa de haberlo abandonado en sus libreros. Se hablará de mí bien por un solo día, pues la muerte suele borrar los defectos del muerto. Pero si mal no recuerdo, hasta hace unas horas aún no estaba muerta.
Lo sé porque pude disfrutar la bocanada de humo de mi cigarro y besé la frente de mi amado a las 7:30 pm. Ayer fue la manifestación del día internacional de la mujer y vi cómo millones de mujeres alrededor del mundo salieron.
Iban de verde o de morado.
Las que marcharon en la Ciudad de México se confundían con las jacarandas que nacen esta época. Las fotografías captadas con drones mostraban una inundación morada, ríos de jacarandas que se movían por las venas de esa imbatible ciudad. Se veía hermoso. Lástima que el contexto sea tan lastimero. Lo último que hice antes de hoy, del día que amanecí muerta, fue darle de comer a mi perrita unos deliciosos huesos de roast beef, y platiqué mucho con mi hija; cosa que no solía hacer porque es adolescente y chocamos. No sé por qué la tarde de ayer decidí ser la madre que casi nunca fui. Después de comer con Elena y mi perra fui a ver a Carlos. Cuando estaba viva, recuerdo, es lo que más me gustaba hacer desde que lo conocí. Adoraba estar con él porque es divertido, brillante y ácido. Me llamó y dijo: “ven”, y como en ese poema de Nervo, “si él me decía ven, lo dejaba todo”. Fue una tarde encantadora. Me dio gusto verlo tan vigoroso: sonriente y con esas ganas de bromear y ladillar a los demás. Cuando llegué a su casa me dijo que me veía muy guapa, aunque después criticó mi chamarra de mezclilla. A él no le gustan las chamarras de mezclilla. Lo bueno, pienso ahora, es que la última vez que me vio, pudo pasar su mano por mis pies y yo tenía impecable el pedicure. Y lo mejor es que la última vez que lo pude ver lo vi contento y con gran apetito.
Lo bueno de haber amanecido muerta hoy es que ya nunca tendré que preocuparme porque llegue el día 8, para ir a pagarle al Palacio de Hierro; ni que el 27 me las vea negras para pagar al mismo tiempo a Bancomer y a Liverpool; ni que los 14 tenga que depositar el dinero de la mensualidad del carro que compré en diciembre pensando que viviría para liquidarlo; ni que cada día 10 hable a la escuela para jurar que ora sí el 15 me pongo al corriente. En términos económicos, amanecer muerta me convino. Le conviene más a mujeres como yo, que somos madres solteras, ya que al morir, los hijos quedan liberados y hasta protegidos por un seguro que los propios bancos te empujan cuando tramitas una tarjeta.
Amanecer muerta hoy me libró de hacer corajes cada fin de mes porque el maldito SAT se traga todo lo que trabajo.
La muerte nos extirpa como si fuéramos un tumor benigno mal operado. Nos toma por sorpresa ya que todavía teníamos cosas que hacer, palabras que decir, besos que dar, errores que enmendar.
Hoy que amanecí muerta, desperté en un lugar sin nombre que no es el cielo, por cierto… tampoco el infierno, mucho menos el limbo de los cristianos.
Amanecí en lo que, de hecho, parecía mi recámara, sólo que un silencio insoportable la rodeaba.
Amanecí muerta y mi perrita seguía
ahí junto a mí, acostada, con su carita puesta sobre mi mentón. Abrió los ojos y me lengüeteó la cara, pero me veía de una manera extraña, como si en verdad, caray, estuviera muerta. Vi el teléfono y noté que tenía varias llamadas: mi papá 5, Carlos 2 y los pendejos de Banamex 20. MAM había enviado ya su edición del periódico en PDF, y Toño Hernández y Genis el puntual monitoreo de medios.
También Toño Robledo y Meza envió artículos de opinión y videos musicales de primera.
Lo bueno de amanecer muerta es que los de Banamex ya no podrán acosarme día y noche. ¡Chinguen a su madre los del call center! Ahora, aunque quieran, no les puedo pagar. Yo pensaba quedarme tranquila en casa este día. Escribir una columna ordinaria y comerme mis deliciosas fresas. Pensaba que no cumpliría al pie de la letra la indicación de desaparecer como lo sugerían las reglas del paro. La tarde anterior, al despedirme de Carlos, dijo: comamos mañana.
Y yo en vida tenía dos debilidades: la comida y el vino, y él. Jamás pude decirle que no a él porque estar con él me gustaba. Y jamás pude decirle que no al vino porque, como decía Hernández y Genis, “decirle que no al vino es decirle que no a la vida”. Hoy que amanecí muerta caigo en cuenta que nunca más podré disfrutar de esos placeres porque en la patria de los muertos no hay licorerías, y las que hay están cerradas.
La última voz que escuché ayer mientras aún estaba viva fue la de Adriana Ochoa. Ella estaba dispuesta a no salir hoy porque por primera vez en su vida creía en los movimientos de mujeres.
También me propinó una última mentada de madre por haber votado por AMLO.
A últimas fechas me gustaba ver series y películas como parte del entrenamiento que cualquier escritor debe tener para nutrir su escritura.
Ahora ya veía de todo cuando antes me negaba a perder el tiempo echada frente a la tele. Veía programas españoles con mi viejo y en casa veía películas y series. Y lo último que vi, antes de caer dormida, fue la historia de Grégory, quien fue asesinado por un pariente que se pasó amenazando a su familia durante años antes de acometer su atroz crimen. El asesino fue llamado “El cuervo”.
Antes de dormir pensé en ese exótico animal y en toda la mitología que se ha levantado sobre él.
Vi cuervos en mi mente antes de caer en la etapa más profunda del sueño. Y también vi las fotos de la marcha: millones de jacarandas inundando las calles, e irremediablemente pensé en mi admirado Alberto Ruy Sánchez, que tiene un excepcional libro sobre estos maravillosos y perennes árboles.
El último sueño que tuve fue más bien una pesadilla. Creo que me quedé ciclada con lo que miré en la serie: el niño, el depredador, el cuervo.
Amanecí muerta, sin embargo, sí pude ver (como ahora puedo escribir) que, en efecto, la avenida tenía un tránsito fluido y el parque Metropolitano estaba vacío. No había ni mujeres con perro ni mujeres sin perro. Quizás no soy yo la única que amaneció muerta. Todas las mujeres murieron anoche y están como yo: pensando que están medio vivas y tratando de comprender qué es este estado que no se siente bien, pero tampoco nada mal porque dentro ya no hay amenaza.
Imagino qué pasará ahora con los hombres que convivían conmigo. Pienso que, al enterarse que estoy muerta, mi padre se volverá loco de dolor.
Lamento no haberle respondido ayer sus llamadas.
Si todas las mujeres amanecieron muertas como yo, será un alivio pensar que mi Elena no tendrá que enfrentar este mundo hostil sola, sin mí. Me duele saber que estará en las mismas condiciones que todas y que no disfrutará lo que yo sí pude; que no sentirá un amor tan grande como el mío hacia ella, ni un sentimiento tan profundo y dedicado como el mío hacia el hombre que dejé vivo, preguntándose mientras lee las noticias en su ipad: ¿qué cambiaría en mí si ella pudiera volver de la muerte?
Amanecí muerta y otro que sentirá mi ausencia será mi amigo Mecinas. ¿Con quién irá ahora a desayunar y platicar sobre los últimos escándalos políticos?
¿Y Luis Conde? Si los vivos pueden leer a las muertas le digo: quédate con la revista y hazla un crack. Ya no tendrás bellas mujeres para ponerlas en portada.
Si todas estamos muertas, ahora tendrás que buscar hombres que cuenten sus historias en nuestras páginas. Pero sólo te pido algo: que el balazo en la portada de abril diga: “Están todas muertas… y están mejor”.
Mientras escribo esto siento el impulso de asomarme a las redes y ver por la ventana: no veo mujeres. ¿Qué está pasando? ¿Será que sí? ¿Que todas desaparecimos de verdad?
Amanecí muerta y tomé el teléfono. Vi que tenía varias llamadas, pero la única que respondí con un mensaje fue la de mi Carlos. Nuca dejes en “visto” a un abogado.
Le puse, sin pensarlo demasiado: ¡buenos días!, anoche caí MUERTA y no oí que marcaste. Te busco más tarde. Te amo.
Amanecí muerta, o al menos es lo que se supone que deberíamos hacer hoy las mujeres para ser vistas y valoradas. Por nuestros hombres, por todos los hombres. Las demás amanecieron muertas también, pero sin duda, mañana reviviremos.
El mundo seguirá marchando igual, dando vueltas sobre su eje en lo que pasan 24 horas. Dando vueltas alrededor del sol que tardan 365 días. La noticia habrá sido falsa. Yo seguiré viva mañana como la mayoría de las que hoy amanecieron muertas por una suerte de performance aleccionador.
Pero ¿y las que no?
Abro el internet percatándome que, si bien estoy supuestamente muerta, sigo viva. Sin embargo, leo en varios portales perdidos que: “en pleno día de la mujer se registraron dos feminicidios”. Esos son los que se registran. ¿Y los que no?
¿Quién, que no soy yo, amaneció muerta hoy? ¿Quién dejó de contestar el teléfono y no pudo hacer el mega simulacro?
¿Qué familia tendrá que detener su reloj para ir a enterrar a una hermana o una madre que todavía ayer estaba dispuesta a vivir la experiencia multimedia de #undíasinnosotras?