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Y llega la navidad

Y llega la navidad

Columnas martes 01 de diciembre de 2020 - 03:41

Somos aquello que consumimos.

La Puebla levítica es la Puebla que prefiere el centro comercial como símbolo de su modernidad.

La idea de que vivimos en la modernidad nos ha llevado a crear falsas ilusiones con respecto del uso del tiempo libre. Caminamos engañados por el deseo de eternidad y el placer efímero que nos da recorrer las tiendas de los grandes centros comerciales.

Somos zombies del consumo.

Como cada año, los pasillos de los centros comerciales inician su carrera hacia el consumismo y la multitud. El chip mental de que debemos aprovechar las ofertas navideñas y las vendimias decembrinas simplemente nos mandan a una realidad alterna dentro de la misma realidad.

El placer de comprar le gana al placer de ahorrar, pero es sin duda un ejercicio bastante agotador. La arquitectura de los centros comerciales de la ciudad, nos hace pagar la factura del placer.

La ciudad está llena de anticentros comerciales, carentes de cajeros automáticos, pero con sistemas de cobro del estacionamiento únicamente con monedas y billetes nos recuerdan que la modernidad es sólo un concepto filosófico, o bien un concepto historiográfico de medición del tiempo.

Lejos estamos en los centros comerciales del Mundo Moderno de los Medici, en la que los miembros de esa poderosísima familia florentina tenían caminos y vericuetos para poder llegar a la Iglesia de Santa María del Fiore, prácticamente sin caminar, y sin llevar en el pecado del consumo la penitencia.

Sin duda los arquitectos de los centros comerciales están lejos de los maestros y arquitectos de las ciudades del mundo moderno donde los pasillos, las diagonales y las construcciones circulares y semicirculares permitían llegar a los puntos de encuentro sin tanta penitencia, cansancio y consumo visual obligado.

Los anticentros comerciales además se han vuelto censores del gran hermano, por lo que en cada paso obligado para ingresar al anticentro comercial, los empleados o censores te obligan a portar con la elegancia y porte de la reina Isabel II el cubrebocas.

La illusio bourdieuriana es el ejemplo claro del fetiche, desfile de personas sin rostro, que, en su búsqueda de la felicidad y el reconocimiento social, cumplen con la sentencia de caminar por el anticentro comercial.

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/CR

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