“Deberían de quitarle el nombre –al CJNG– porque afectan a Jalisco”
Andrés Manuel López Obrador
La historia nacional de las desapariciones forzadas trasciende los hechos por todos conocidos del movimiento estudiantil de 1968 y los episodios más atroces de la guerra fría; la historiografía contemporánea nos debe una revisión puntual de un terror de Estado que se remonta a principios del siglo XX, y que probablemente tuvo su comienzo más decidido durante guerra cristera.
Desde 1926 hasta los normalistas de Ayotzinapa de 2014 existe una constante que hilvana todas las atrocidades: la participación directa del Estado en el espeluznante oficio de la desaparición forzada. Y, sin embargo, el campo de extermino de Teuchitlán supone una ruptura importante pues, en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, se trata de una organización criminal –de carácter trasnacional– perfectamente capaz de sufragar la omisión estatal.
El simple hecho de la existencia de un crematorio, como campo de exterminio de los enemigos del Cartel de Jalisco, empata a Teuchitlán con Auschwitz, Belzec, Sobibor y Treblinka, pero desde una óptica tan neoliberal como distinta.
En mi columna “Ahí están las Masacres”, publicada el 2 de marzo de 2022, traía a la memoria un dato que hoy es digno de referencia:
«El calendario fechaba 18 de septiembre de 2020 y por un error del personal a cargo de Jesús Ramírez Cuevas, florero titular de la oficina de Comunicación Social de la Presidencia de la República, apareció la portada del “pasquín inmundo” favorito del sexenio; al advertirlo López Obrador gritó frente a todos: “ahí están las masacres”, sellando de inmediato la expresión con una carcajada».
«Año y medio ha transcurrido y la tragedia de entonces fue escalofriantemente idéntica a la que ocurrió este fin de semana: todavía no había acabado el mes septiembre de 2020 y un par de velorios –uno en Cuernavaca y el otro en Celaya– fueron interrumpidos por grupos delincuenciales que, como consecuencia del ajuste de cuentas por el control de las plazas, perpetuaron la muerte indiscriminada de los asistentes con armas de uso exclusivo del Ejército. Esta semana no se trató de ninguna ciudad de Morelos o Guanajuato, sino de Michoacán gobernada por Alfredo Ramírez Bedolla a quien no le dio tiempo de encontrar cuerpos ni casquillos porque alguien se tomó la molestia de lavar el piso; no cabe duda que la guerra de guerrillas que se libra en México entre sistemas delincuenciales que colonizan el espacio público con narcomensajes, desaparecidos, degollados o embolsados, empieza a volverse algo descarada sin dejar de ser trágica».
Tres años después podemos gritar: ahí está la privatización de las masacres y los campos de exterminio del Cartel de Jalisco. Hagamos un réquiem por la desaparición de la República.