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Miseria y falta de agua, el alma de las colonias del sur de Puebla

Miseria y falta de agua, el alma de las colonias del sur de Puebla

Puebla miércoles 13 de mayo de 2020 - 00:26

Por: Jaime Carrera


El olor de la pobreza es inconfundible, aunque peculiar en cada zona, rural o urbana, es ese cosquilleo en la nariz por los residuos orgánicos echados a perder, la fetidez de los orines y las heces de animales en el agua estancada entre caminos de tierra con perros muertos y ropa desgastada. Desgastada como la vida de quienes allí habitan, entre las cosas que conocen, desean y no tienen. Una de ellas, vital pero escasa: el agua potable.

A donde se voltee en calles de colonias al sur de la capital poblana, a 15 kilómetros del histórico y colonial centro, hay miseria, miseria acumulada en entornos sucios y olvidados, que huelen peor que la pobreza misma, en la cuarta urbe más importante del país que mantiene excluidos a grupos de ciudadanos en un cinturón de miseria que forma parte de lo urbano, pero tan lejos de lo más elemental como los servicios públicos.

Las carencias retumban tal y como los zumbidos eléctricos en los cables de alta tensión de las torres en cuyos alrededores hay viviendas de todos tipos: pies de casa, cuartos con lamina y cercas de madera, de block o ladrillo y unas más sofisticadas en un trío de fraccionamientos. Todas en asentamientos irregulares y llenos de contrastes, que van del lánguido gris de la obra negra hasta el tono cobrizo de los pastizales en los que deambulan los perros callejeros.

La ocupación de lo que ahora son lotes y manzanas se originó a raíz del éxodo campesino, cuando la gente emigró y dejó su pasado rural con miras a una vida en la ciudad, donde no se encontró con la tierra prometida, sino con la miseria disfrazada de un progreso que nunca llegó, que los mantiene ahí en una mancha urbana incolora e insípida, tal y como el agua potable con la que no cuentan. Al menos, no como otras zonas céntricas donde solo basta con abrir una llave.



En La Candelaria, una pequeña colonia improvisada de unas cinco casas, sus habitantes agradecen al cielo. Con la temporada de lluvias los pozos que construyeron para almacenar el líquido les permite lo más básico: lavarse las manos, bañarse a jicarazos y según ellos, cumplir con las recomendaciones preventivas básicas para evitar contagios de Covid-19. Sí, están excluidos, pero saben del letal coronavirus, aunque solo unos cuantos usan cubrebocas.

Para todo eso, se requiere un proceso de limpia o desinfección del líquido, así le llaman: limpiar el agua de lluvia. El resto del año, es de sequías, pero también de levantamientos, marchas y manifestaciones, de cierres viales. En La Candelaria y colonias aledañas como Lomas de San Ramón, Luis Donaldo Colosio, Unión Antorchista, Lomas de San Valentín y Aquiles Serdán Antorchista vive parte de la pobreza de Puebla, la de la miseria y la infelicidad.

Conforme se acaba la Prolongación de la 11 Sur, el ambiente se torna más gris.

Tras un recorrido de más de una hora en Metrobús y una ruta alimentadora del centro de la ciudad a los linderos entre las colonias Luis Donaldo Colosio y Unión Antorchista se comprueba que la capital tiene diversos rostros: el de las condiciones insalubres, la que no tiene parques, con semi banquetas de concreto y basura por doquier.

-“¡Aquí no hay Ayuntamiento!”, exclama don Emilio.

El señor aguarda a las afueras de su negocio de fabricación de blocks, lo acompaña su esposa que barre el patio y cuatro niños y niñas juguetean entre ellos con unas vacas. Allí, el trabajo disminuyó a causa de la pandemia, no así las ganas de trabajar a pesar de llevar 20 días sin hacer ni un solo block. Se entretienen arreglando desperfectos a su vivienda y ayudan a los nietos en las tareas a distancia. Cuando se puede, apartan agua en tinacos y cubetas.

Un par de kilómetros al fondo, en La Candelaria, la señora Verónica con sus dos pequeños explica cómo accede al agua: de lluvia o de pipa. Una es gratuita, la última no es opción en medio de una pandemia que dejó sin trabajo a su esposo, que de vez en cuando se va a las parcelas de siembra al interior del estado. Es curioso, viven en la ciudad, pero sobreviven gracias al campo.

-“En el pozo, de ahí, cada año o cada tiempo se lava, y ahí se va almacenando, la vamos sacando según se necesite. En lluvias no sabe como ayuda, para lo básico ahí la vamos acarreando”, agrega la mujer.

En esas colonias y muchas más conocen el agua. El líquido no es un mito, pero el abastecimiento sí, a algunos les cae dos veces a la semana, una vez cada quince días o al mes. A otros, nunca. Mientras más lejos, más tinacos, menos agua; mientras más lejos, más marginación. Así se tropieza uno con la miseria, la que remarca el olvido, la que reluce en una crisis sanitaria por un virus que emergió al otro lado del mundo.



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HG/CR

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