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El pueblo de los tinacos vacíos

El pueblo de los tinacos vacíos

Puebla martes 12 de mayo de 2020 - 00:07

Por: Mario Galeana


Por donde se observe hay un tinaco. Los hay blancos, negros o azules. Coronan los techos grises de las casitas del pueblo, o están bien plantados en los patios, junto a los burros y los pollos que recogen lo que cae al suelo.


Sí, en cada casa de San José Xacxamayo hay un tinaco.


Lo que no hay es agua.


“¡Está vacío!”, dice Miguel Yarce Rodríguez y suelta un manotazo a un tinaco que se encuentra sobre su baño. El golpe produce un sonido hueco y hace que el contenedor se balancee ligeramente.


Vacío, completamente vacío.


***


En la ciudad de Puebla la gente puede usar 500 litros diarios de agua con el sencillo acto de abrir una llave. En San José Xacxamayo, la gente ha podido conseguir 30 litros haciendo un viaje de una hora a lomo de burro hacia la barranca más cercana.


Visto de este modo podría creerse que la comunidad está en un lugar remoto, enclavado en una serranía. Pero en realidad se trata de una inspectoría de San Francisco Totimehuacan, una larga mancha al sur de la ciudad que linda con lo urbano y lo rural.


San José Xacxamayo está más cerca de esta segunda categoría. Casi todos sus habitantes se dedican al campo, a la siembra y la cosecha del maíz. Eso ocurre sólo una vez al año.



El resto del tiempo, la gente se dedica a esperar. Esperar a que llegue el agua.


***


Miguel Yarce Rodríguez recuerda que el pueblo siempre vivió con escasez, pero nunca como ahora. Desde enero, los únicos dos tanques de almacenamiento de agua en el pueblo aparecen vacíos cada mañana.


No es el caso de este mediodía soleado.


Uno de esos tanques —el más pequeño— parece lleno, y por eso algunos se agolpan arreando a sus burros sobre los que amarran cubetas y otros recipientes.


Bernardo, un niño de 10 años, llena los suyos después de unas cinco cubetadas de agua y después parte de vuelta a casa. A otros niños los envían a regañadientes hasta la barranca más cercana, en un viaje de una hora de ida y una hora más de vuelta con el que consiguen llenar dos o tres recipientes que penden sobre sus mulas.


Miguel, que sólo parece recordar con precisión todo aquello que tenga que ver con el agua, recuerda que el sueño del pueblo siempre ha sido tener un pozo. Y hubo al menos dos momentos en que se solicitó.


La primera vez ocurrió hace 15 años. Y la segunda hace una década. La respuesta, en ambos casos, siempre fue la misma: no existía ya ningún permiso disponible para excavar un nuevo pozo.


“La gente sufre mucho para lavar o para comer o para bañarse. Los tinacos esos que ves sólo los tienen para cuando viene el temporal y agarran lo que pueden. Pero eso pasa una vez al año”, dice.


***


No hay nada en el pueblo que revele que más allá, en el mundo de las ciudades, donde el agua corre inalterable, sin fin, hay una pandemia. Nadie usa mascarillas, ni guantes.


El único indicio de que un virus ha recorrido el mundo es una pequeña nota instalada en un contenedor de agua traído por las autoridades estatales hace más de una semana. La nota sólo pide usar gel antes de accionar el contenedor.


El recipiente forma parte de un programa por el cual el gobierno del estado pretende surtir de agua a comunidades como San José Xacxamayo. El agua, se diría, es decisiva en el aplacamiento de los contagios.


Pero aquí, en este pueblo, el agua es decisiva simplemente para hacer la vida.


Desde que se instaló el contenedor, hace ocho días, el gobierno ha llevado dos o hasta tres pipas de agua para rellenar los dos tanques previamente instalados, así como el nuevo recipiente.


Pero el agua, asegura Irene Reyes, dura sólo un día.


***


Irene tiene a la entrada de su pequeño cuarto de muros de adoquín un enorme tinaco que debe tener cabida para más de mil litros de agua. Se lo otorgó el gobierno federal hace algunos años, en uno de esos tantos programas impulsados desde la Federación para paliar en definitiva la escasez en el pueblo.


El enorme tinaco, sin embargo, sólo estuvo lleno el día que se lo entregaron.


“Antes a los otros dos tanques del pueblo sí llegaba el agua. Ahora ya no. Es como si el agua se hiciera humo”, dice.


Irene alza la vista al cielo azul que flota sobre nosotros. Es un cielo liso, sin bordes, sin ningún aviso de nubes. Dice que hace un año, por estos mismos días, en el pueblo ya había llovido.


Este año es como si el agua se hubiera evaporado hasta del mismo cielo.

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HG/CR

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