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El capital sexual

El capital sexual

Columnas lunes 11 de mayo de 2020 - 18:17

El capital sexual es fácil de definir: se trata del valor social que un individuo o grupo acumula como resultado de su atractivo sexual.


El capital sexual es también convertible y se echa mano de él para adquirir otras formas de capital, incluido el social, el cultural y el económico.


¿Una definición aún más sintetizada?


El capital sexual es el poder de la nalga bruta.


En ese tenor, surgen varias preguntas.


Siendo Instagram una vitrina en la que uno se exhibe voluntariamente, ¿cómo se genera plusvalía a través de esas fotos que las bloggers y las así llamadas influencers suben sin parar?


La respuesta vuelve a ser cosa de niños: Instagram es el supermercado de la belleza, y las marcas cooptan esa belleza y la capitalizan. No es más que otra forma de la ley de oferta y demanda: la mujerona ofrece su medio de producción (la belleza) y la empresa le inyecta capital, generando así un producto que en corto le generará jugosos dividendos.


Ahora bien, ¿el capital sexual sólo se explota de esa manera tan sintética?


No.


El concepto “capital sexual o erótico” siempre ha existido, sin embargo, adquirió este nombre muchos siglos después de su descubrimiento (que sin temor a equivocarme dataría desde el momento precioso cuando la primera mujer que pisó este planeta descubrió que sin tener que ser proveedora o líder de la tribu podía manipular a su hombre (y a otros hombres) mediante el infalible poder de su sexo.


Siglos más tarde, después de Marx y sus teorías, y después de que el socialismo fuera degenerando, surgió una mujer que hizo de sus nalgas y de sus pechos y de su boca y de su melena el mejor medio de producción de riqueza. Hablo, por supuesto, de Marilyn Monroe, quien saltó a la fama y ganó dinero (y el favor y patrocinio de todos los hombres posibles) no por sus innatas dotes de actriz –que fueron mejorando en cuanto conoció a un hombre sensato (cabrón) y cultivado como Arthur Miller y se puso a estudiar con Lee Strasberg – más bien por invertir sus primeros sueldos en platinarse el cabello (era castaña cuando no era “La Monroe”) y comprarse buenos trapos de diseñador que resaltaran su marfilino palmito.


A partir de ese momento el término “capital sexual” comienza a aparecer en los mamotretos de economía y sociología.


Y lo demás es historia.

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/CR

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