Lo que alguna vez fue el instituto político más importante del país, que gobernó durante 70 años bajo un régimen semiautoritario e incluso tuvo un segundo aire de 2012 a 2018, hoy ha quedado reducido a un partido aliado a su némesis e incluso por debajo de él. El PRIAN nació muerto.
Ese partido que definía el rumbo del país, sus candidatos que prácticamente se volvían gobernantes, y el poder fáctico que ejercía sobre el pueblo se ha reducido a una agencia de colocaciones.
El liderazgo que ha ejercido el presidente Alejandro Moreno ha causado un cisma en la cúpula priista, importantes militantes han abandonado el “ex partidazo”, el caso más reciente fue la ex candidata Alejandra del Moral quien renunció al PRI y se reunió con la candidata de Morena a la presidencia; la expulsión del ex gobernador Alfredo del Mazo; las declaraciones de otro ex gobernador Eruviel Ávila en contra de su presidente o incluso la molestia de Beatriz Paredes al no ser tomada en cuenta para contender para la candidatura presidencial.
El desgaste natural de los partidos políticos por ser gobierno sumado a los polémicos gobernantes ha hecho del PRI uno de los institutos peor valorados por la ciudadanía.
Lo anterior se ha reflejado en la pérdida de gubernaturas de 2012 a la fecha, el caso más importante su bastión el Estado de México, incluso quedándose sin bancada en Congresos locales y por primera vez desde 1929 no ha presentado candidato a la Presidencia de la República.
Después de esta elección conoceremos su verdadero alcance con el electorado, si su voto duro ha decrecido como se anticipa, de qué tamaño será su bancada en la Cámara de Diputados y el Senado. Cabe aclarar que de las gubernaturas donde la oposición lleva ventaja, ningún candidato es priista.
Hoy en México el sistema de partidos requiere una reforma de fondo. Debemos superar la partidocracia, pues las burocracias de los partidos ejercen el monopolio de la representación política y eso los ha metido en una crisis de credibilidad política a sus clases dirigentes y pasar a una nueva institucionalización de los partidos para que sean los organismos intermedios que enlacen a los ciudadanos con la política y adquieran la representatividad social que han perdido en los últimos sexenios.
Una Democracia de ciudadanos donde el “demos” tome relevancia desde la postulación de candidatos y no sólo sea el legitimador de las decisiones cupulares al momento de votar.
El PRI terminó siendo lo que “Alito” se llevó.