No hay nada más democrático que un debate público.
No perdamos de vista aquel lejano 1994 cuando, por primera ocasión en la vida política de México, los candidatos presidenciales Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández, contrastaron propuestas y, también, intercambiaron señalamientos de reprobación sobre sus trayectorias.
Ese histórico ejercicio modificó la tendencia al grado de favorecer al “jefe Diego” para suceder a Carlos Salinas, aunque finalmente metió freno, pero esa es otra historia.
Otro momento histórico corresponde al debate del debate en la elección del 2000 que propició la arenga del foxismo: ¡Hoy, hoy, hoy!
Resulta relevante destacar que las negociaciones para organizar este encuentro resultaron igualmente importantes en la elección como el propio evento. Vicente Fox cobró mayor fuerza, exhibió las limitaciones de Francisco Labastida y, por otra parte, la personalidad del panista impidió que brillara el pensamiento y la ecuanimidad de Cárdenas, con mayor madurez política.
Desde entonces, a nivel federal, entendemos la relevancia de los debates y su impacto en las y los electores.
Son sumamente indispensables en un sistema democrático; se juega con las mismas reglas para quienes participan y facilita, en un lapso de dos horas, contraponer propuestas y también mostrar personalidades y verdaderos rostros.
A nivel estatal, el antecedente próximo data de 1998 cuando en la Ibero Puebla lograron reunir a Melquiades Morales, Ana Teresa Aranda y a Ricardo Villa Escalera. Interesante, considerando que se trató de un acto cerrado a una comunidad universitaria.
En la siguiente elección vino el primer debate oficial —ya 20 años de eso—, con la presencia de Mario Marín, Francisco Fraile, Alejandro Villar Borja, Fernando Mirón Terrón, Luis Miguel Bretón Rosales y Carlos Macías. Por un momento aburrido, acartonado. Lo mejor ocurrió antes y después, durante la disputa entre el PRI y el PAN por el uso de un banco para acomodar a Marín a la altura del resto de los contendientes.
Sin embargo, entonces era un acto voluntario hasta la elección del 2010 cuando se constituyó como oficial.
Es cierto, en el 2010 las descalificaciones superaron a las propuestas al enfrentarse Rafael Moreno Valle, Javier López Zavala y Armando Etcheverry; y, sin embargo, totalmente democrático, por su condición de abierto a la sociedad y al intercambio de ideas.
Así han transcurrido elecciones y cada vez se vuelven más populares entre las y los políticos; en algunos casos, porque los ven como una oportunidad para alcanzar a los que llevan ventaja —según encuestas—.
También hay quien cree que pide debate quién va abajo en las tendencias electorales, como sea, legitiman procesos, socializan propuestas con mayor facilidad, fomentan el intercambio de argumentos.
Para la presente elección el Instituto Electoral del Estado debe organizar uno, si hay dos o tres dependerá de la voluntad política de Alejandro Armenta, Eduardo Rivera y Fernando Morales, pero se vuelven cada vez más indispensables.
Resulta imprescindible que la autoridad electoral también considere estos encuentros para las elecciones municipales, particularmente en la contienda por la alcaldía de Puebla, porque sería relevante conocer el punto de diferencia entre Pepe Chedraui y Mario Riestra, sin menosprecio de lo que pueda ofrecer Rafael Cañedo.
Y que vengan además los debates al Senado, a las diputaciones federales y locales. No habría nada más extraordinario que se multipliquen estos ejercicios que enriquecen.
CAJA NEGRA
Un encuentro fortuito afuera de las instalaciones de una empresa radiofónica es una estampa memorable de lo que es y debe ser la campaña en Puebla.
Alejandro Armenta, candidato de Morena, PT y PVEM, saluda cordial y hasta efusivamente a su contendiente, Eduardo Rivera, del PAN, PRI, PRD y PSI. Ojalá que siempre fuera así, son contrincantes sin despertar un sentimiento de encono que se filtre entre la sociedad.
Lo ideal sería que al final de la campaña, al margen del resultado, ambos intercambien saludo si llegaran a verse.