«Que Arturo Zaldívar se quede dos años más en la Suprema Corte para que nos ayude con la reforma judicial (…) los ministros que no nos apoyen serán cómplices de la corrupción»
Andrés Manuel López Obrador,
Abril, 2021
Andrés Manuel López Obrador y su feligresía representan la consecuencia más extrema de la decadencia de la vida pública nacional. Las corruptelas del prian ocasionaron el triunfo electoral de un activista de ocasión convertido en autócrata por convicción, bastaría con revisar los profundos retrocesos en materia de libertades democráticas y derechos fundamentales que está experimentando este país para constatar que, efectivamente, durante el primer sexenio de la 4T se han reinstalado con éxito prácticas de reproducción autoritaria que, a diferencia de los años dorados del PRI, hoy gozan de un enorme respaldo popular.
El caso de Arturo Zaldívar es tan sólo una nota al pie en la extensa narrativa de la decadencia nacional. En la recta final de las campañas presidenciales un ministro en retiro, que goza del derecho de una pensión pagada con recursos públicos que la mayoría de los mexicanos no obtendrían ni en sus más remotos sueños, se lanza contra una investigación “anónima”, pero perfectamente sustanciada, que exhibe lo que en su momento confesó el Jefe del Estado en una Mañanera reciente: que el ministro en cuestión estaba al servicio de Palacio Nacional, no de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Y aunque la reacción de Zaldívar en principio se tornó comprensible, la sola existencia de su exigencia, juicio político para la ministra presidenta Norma Piña, demuestra que en México la renovación autoritaria ha progresado enormemente. ¿Bajo qué sentencia, bajo qué fallo judicial el ministro en retiro, convertido en vocero de Claudia Sheinbaum, solicita la destitución de Piña? ¿Dónde quedó el respeto irrestricto al debido proceso y a la presunción de inocencia que tanto defiende para limpiar su nombre?
En mi columna titulada “Fuera Máscaras”, publicada el pasado 8 de noviembre, compartía con usted lo que sigue:
Arturo Zaldívar y sus calenturas populistas son un síntoma, uno de tantos, de la enfermedad terminal por la que atraviesa la vida pública. El problema no está en la incorporación de un constitucionalista –otrora respetado–, sino en el atrevimiento de su descaro. La fotografía con Sheinbaum, difundida dos horas después de su renuncia –aún no acreditada por el Senado al cierre de esta edición– hace trizas la autonomía del Poder Judicial al confirmar que un ministro, que presidió el máximo tribunal de la Nación, estuvo al servicio de López Obrador en vez de la Constitución.
Increíblemente en el ocaso de la República todo se ve más claro: los ataques mediáticos a la judicatura federal, la desaparición de los fideicomisos, la puntada del voto directo para la elección de jueces y magistrados, y la campaña del ‘Plan C’ son el conjunto de engranes de un rompecabezas que intenta restaurar el autoritarismo del pasado, basado en la fusión del partido oficial, el Estado y la Constitución.
Tristemente para México, no nos equivocamos en el diagnóstico.