El PRD necesita una pulcra operación política si quiere conservar su registro como partido local.
Las elecciones extraordinarias de marzo en los municipios de Ayotoxco de Guerrero, Chignahuapan, Venustiano Carranza y Xiutetelco, representan su último salvavidas.
No es una misión sencilla. Necesita unidad, pero se trata de algo poco presente en la vida interna del partido, un problema añejo.
Las “tribus” destruyeron la mayor parte del tiempo, dinamitaron sus relaciones para favorecer sus intereses de grupo.
Esa historia la vivieron Horacio Gaspar Lima, Teodoro Lozano Ramírez, Susana Wuotto Cruz, el propio Miguel Barbosa Huerta en sus mejores tiempos.
Tampoco resultó desconocida la guerra interna para otros perfiles como Eric Cotoñeto, Laura Roldán Rubio, Alejandro Belisario López Bravo, Jorge Méndez Spínola, David Méndez Márquez, Rosa Márquez Cabrera.
Recientemente, en las disputas que acabaron con el partido del sol azteca aparecen Luis Maldonado Venegas (QEPD), Socorro Quesada Tiempo, Carlos Martínez Amador, Roxana y Vladimir Luna Porquillo, Jorge Cruz Bermúdez.
Estos y tantos más son copartícipes de la debacle perredista.
Nadie puede deslindarse de la responsabilidad porque, en diferentes grados, contribuyeron a sepultar un proyecto de izquierda.
Esto influyó en buena medida en los resultados en diferentes procesos electorales.
Las elecciones por la gubernatura son reflejo de la realidad del PRD.
En 1998 alcanzaron un 10.87 por ciento, consolidándose como tercera fuerza política, con Ricardo Villa Escalera como candidato.
Un sexenio después se desplomó la inercia de la izquierda en Puebla.
El candidato perredista, Alejandro Villar Borja —protagonista de una campaña gris— apenas aportó 5.6 por ciento de los votos.
La contienda del 2010 resultó engañosa en la vida del PRD.
En una coalición de intereses, “llegó al poder” con Rafael Moreno Valle Rosas.
Y se lee justo así, entre comillas, porque el partido —como le pasó al PAN– no se benefició de ese éxito electoral.
Otro de los momentos cumbre en la caída de este partido.
Moreno Valle se encargó de infiltrar personajes leales y terminó por poner la primera piedra del desastre.
Las del 2016 exhibieron el colapso.
Roxana Luna alcanzó un raquítico 3.8 por ciento.
Sólo dos años después, en 2018, confirmaron la tendencia a la baja.
Si bien postularon a Martha Erika Alonso para la gubernatura y ganó, no se reflejó a favor del perredismo.
Ese año obtuvieron 71 mil 239 sufragios de un universo de más de 4 millones de electores.
El 2024 resultó caótico para el perredismo: 1.82 por ciento de sufragios aportó a la campaña de Eduardo Rivera Pérez.
Las disputas internas, las alianzas perversas, los intereses mezquinos, más otros factores externos como la aparición de “nuevas fuerzas políticas” —Morena y Andrés Manuel López Obrador— determinaron la pérdida de registro nacional y a un paso de que siga la misma suerte en Puebla.
¿Existe la posibilidad de conservar la vida política? Claro, aunque resulta complejo.
Para empezar, requiere una buena candidatura.
Una coalición con el PAN lo va a sacar el juego partidista.
Las y los que quedan deben apostar a la unidad, como ya se mostró, muy difícil para la historia de sus militantes.
En el papel, en este momento, necesitan un milagro.
Las decisiones que tomen en el siguiente mes y medio definirán en buena medida su futuro.
Imagínense, un partido que depende de los resultados en cuatro municipios.
CAJA NEGRA
La familia Valencia de Venustiano Carranza intimidó durante años a las y los simpatizantes del PRD local, pero eso no importó en 2024.
Parece que tampoco importará ahora porque hay avances para consolidar la coalición para las elecciones extraordinarias de marzo.
Otra vez el perredismo víctima de sus propios tropiezos.