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Se dicen cosas horribles de ti es, así en corto, una obra caníbal, afirma Carlo Pini

Se dicen cosas horribles de ti es, así en corto, una obra caníbal, afirma Carlo Pini

Puebla lunes 27 de septiembre de 2021 - 00:12

Por Carlo Pini

Bien hallados todos.

Bien hallados todos era hace años una forma de saludo a los amigos que se encontraban, o se reencontraban, para compartir, por ejemplo, una noche literaria.

Así saludo a Alejandra. Bien hallada la editora y cómplice indiscutible de que estemos, para lo que estamos, en esta imponente casa de los poblanos.

Bien hallado don Miguel. Hoy, otra vez, nos confirma no sólo que es un buen amigo de sus amigos. Usted no los esconde. Pero además nos ratifica que es aliado, promotor de la cultura y defensor de la palabra, valores en desuso y escasísimos entre quienes nos gobiernan.

Bien hallado, Mario, entrañable culpable de todo esto.

Se dicen cosas horribles de ti.

El título es brutal.

Te atrapa, te seduce, te mata de curiosidad.

Cómo perderse un libro así.

Cómo no ser deglutido por el morbo fascinante de esta provocación del autor.

No hay manera. Mario Alberto es así, desde que lo conozco: un profesional de la provocación, pero de esa provocación inteligente, que aplasta, que es controvertida y visceral, pero a la vez justa, esclarecedora y llave siempre de reflexión.

Su verso fino y su prosa impecable van siempre cargados de pasión, de ironía bestial, de ternura linda.

También, hay que decirlo, de ese ácido que envuelve y quema todo.

Conozco a Mario incluso antes que desembarcara hace 30 años en Puebla y la convirtiera en su puerto de destino.

Antes que hubiera internet, cuando no existían los celulares, cuando las redes sociales eran otra cosa muy distinta a las de hoy.

Lo conozco desde que vivíamos en un país único.

Con un partido único, o casi.

Cuando nos ofrecían llevarnos de la mano al primer mundo.

Lo conozco desde que el Popo, nuestro volcán, dormía sereno.

Desde entonces sé que Mario escribe lo que piensa y que todo lo demás es siempre un malentendido.

Hemos trabajado juntos. Acompañados de un montón de gente brillante coincidimos en Cambio; en la radiodifusora Sí FM y más tarde en el El Universal de Puebla. En el periódico fui testigo del nacimiento de La Quinta Columna.

Mario Alberto, generoso, dice que fuimos padres de esa criatura, pero la verdad es que asistí al parto en calidad de mirón.

Cosa rara. Ese nacimiento fue memorable, divertidísimo: En la sala de operaciones, o de expulsión, las risas ahogaron a los quejidos, a los gritos y a los jadeos. También a los lloriqueos.

Esos vendrían uno a uno a lo largo de 25 años por culpa de su pluma y, sobre todo, de sus protagonistas, ese pasto que reclama del cerillo para hacerse llamas.

Con su primera novela, Miedo y Asco en Casa Puebla, entendí que no era en rigor una novela. Cierto que había algunos nombres ficticios, pero los personajes y circunstancias fueron, son reales, feliz o infelizmente, como dicen portugueses enormes como Pessoa o Saramago.

Entendí que lo que Mario había hecho no era eso, una novela, sino un gigantesco mural de Puebla.

Lo hizo en su estilo, con su estilo. De manera bestial. Bisturí en mano.

Como acostumbra, pero como lo reclamaba el comportamiento grotesco y canalla de los políticos de esos años.

Para saber qué pasó aquí en estos últimos 25 años los historiadores, los clásicos, los que huelen a moho y naftalina, tendrán que leer Miedo y Asco en Casa Puebla. Obligados o por pura devoción.

Será cosa de ellos.

Desde aquí hago, pues, el reclamo para que, como prometió, no abandone la segunda parte de esa historia y nos cuente los pendientes de entonces y los de estos tres años de un cambio que busca, que quiere, ser transformador y a los que todavía muchos se resisten, fuera y dentro.

Después vino Ictus, libro fruto de un amargo pero, venturosamente, efímero episodio personal.

Por si no lo leyeron les cuento que Mario Alberto tiene en la literatura al amor de su vida, pero a la poesía como su amante irremplazable, eterna.

No hay secretos.

Lo supieron siempre sus padres y sus hijas; lo gozaron y sufrieron sus compañeras de vida; lo entendimos sus lectores y amigos.

En Ictus encontramos al poeta profano, maldito, pero también al hombre capaz de emocionarnos, de devolvernos la pasión por las cosas sencillas de la vida: como hacernos disfrutar de su prosa y su amor por las letras.

EL BISTURÍ DEL CANÍBAL

Sé que hasta ahora he hablado más del autor que de su reciente novela.

Pero es intencionado.

Y lo es porque no me perdonarán que les adelante nada de lo que nadie mejor que Mario nos sabe contar.

Se dicen cosas horribles de ti.

Es, así en corto, una obra caníbal.

Lo es porque no es nada común en México que los escritores hablen mal de los escritores, que se devoren unos a otros.

Obvio que lo hacen. Cada minuto.

Todos los días. De manera enfermiza.

Pero nunca lo escriben porque no quieren, por cobardía, o porque tampoco hay quien tenga muchas ganas de publicarlo o de enfretarse a sus demonios. (No te conocen Macchia)

Mil razones mil.Pero los escritores mexicanos de nuestra época no son muy devotos de la crítica pública, menos a la de sus pares.

Tampoco a que cuestionen sus tics, sus modales, sus vicios y, mucho menos, su personalidad o su escencia humana. No todos.

En Se dicen cosas horribles de ti el autor no tiene piedad de casi ninguno de nuestros intelectuales. Por su cuchillo, no es cierto, su bisturí, desfilan cantidad de ellos: Krauze; Aguilar Camín; la Mastretta; El Güero Castañeda; Monsiváis, Villoro o la Poniatowska.

También otros como Paz, Fuentes; Carrère, Vargas Llosa o el gigante Bolaño.

Tampoco daré pistas sobre Jovita Jáuregui, uno de los personajes deliciosos de esta novela.

En Se dicen cosas horribles de ti nuestro lobo olió la sangre. Fue por sus presas, las destazó y se tragó sus tripas.

Su crítica feroz a esos intelectuales responde en buena parte por los pecados ocultos: su relación con el poder que tantos privilegios les dio y con los que tan cómodos se sentían mientras fueron los preferidos, cuando eran objeto de veneración de gobernantes sordos y ciegos que intentaron imponernos el silencio como forma de ser.

En Se dicen cosas horribles de ti el lobo encontró a sus presas cuando pastaban en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. O lo hizo antes en los restoranes o después en las cantinas.

Es así. Al pobre de Mario Alberto no le dejaron otra opción y tuvo que bajarlos de sus altares para desnudarlos y mostrarlos tal como penan ahora: decadentes, en fase casi terminal.

Leer a Mario, lo confieso, siempre es como iniciar un viaje.

El viaje de placer que soñamos todos con los amigos arriba de una Combi naranja, con toldo y franjas blancas, cargada de buen humor, sombrillas, hieleras repletas y mucha música, de la buena.

Leer a Mario es siempre ir trepado en esa combi mientras se disfruta del paisaje, las risas, las charlas interminables, los recuerdos, las miles de anécdotas.

Pero también es entrar a la zona de curvas interminables, cerradísimas, que se repiten a la derecha y a la izquierda.

De las peraltadas, sólo para expertos y aventureros.

Es empezar a sentir las irregularidades del asfalto, los brincos, los baches, o pozos, las piedras sueltas a medio camino, la neblina, la oscuridad.

La Combi que maneja Mario suele para entonces provocar incomodidad, estupor, mareos y, a uno que otro, vómitos.

Leerlo es, siempre, un harponazo de adrenalina.

Así que cuando reina el sosiego, de un punto y seguido al otro, de un párrafo al siguiente, una violenta sacudida te avisa que entraste en zona de turbulencia y que viajas a velocidad de crucero, como hacen los aviones.

Amable, Mario, el conductor de nuestra Combi, nos dice que algo anda mal.

Ni el pedal ni el freno de mano responden.

Que no hay nada qué hacer.

Que intentará frenar con motor.

Que es hora de persignarse o maldecir.

Leer a Mario te sirve siempre para oir los gritos de terror de esos pasajeros dando giros por el aire.

Para escuchar los llantos y, de pronto, para descubrirte sudoroso, bañado en sangre, sin saber si es tuya o del vecino.

La Combi está, después de un inevi table volantazo, con las llantas al cielo.

Magullados, atontados o aun heridos, sus pasajeros tendrán que ponerla de nuevo en su sitio.

Cambiarán la rueda pinchada para llegar a destino. Recogerán el tiradero.

Mario se sacudirá el polvo y se frotará las manos.

Les gritará: “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”

* Y emprenderán el viaje, sin frenos, como nos oculta a todos, siempre sonriente, divertido.

*Roberto Bolaño, primer manifiesto infrarrealista.

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HG/CR

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