Se Acabó el Fuero en Puebla (¡Todos a Correr!)

Si un ciudadano común hace lo mismo, una multa veloz llegará a su historial.

Si un magistrado o ministro agrede verbalmente a una mujer con argumentos retrógradas nacidos en la vertiente de “¡Sensacional de Traileros!” y otras publicaciones afines, no pasará de ser reconvenido.

Si un ciudadano hace lo mismo, podría ser llevado a un tribunal.

Si un presidente de la República mata a alguien y luego hace una barbacoa en su jardín con los huesos y la grasa de la víctima, no enfrentaría el acoso judicial pues la inmunidad parlamentaria lo pondría a salvo.

Si un ciudadano hace lo mismo, una mazmorra se atravesaría en su futuro inmediato.

Todo esto pasa en la sociedad desigual en la que vivimos.

Ocurre a nivel federal, pues los legisladores de todos los partidos se niegan repetidamente a eliminar el fuero constitucional como lo plantea el ejecutivo.

Y ocurría en Puebla, pero ya no, pues este miércoles —8 de julio— 28 diputados locales acabaron con esa figura que confundía —con alevosía y ventaja— inmunidad con impunidad.

A partir de que se publique en el Periódico Oficial del estado esta reforma constitucional se acabará toda una época en la que habían ciudadanos de primera y de segunda.

Entre los primeros estaban el gobernador del estado, los diputados, los magistrados y el auditor superior.

Entre los segundos: el hipócrita lector y el resto de los ciudadanos, incluido el que esto escribe.

En nombre de la inmunidad parlamentaria se han cometido muchas vilezas.

Y es que esa figura blindaba en automático a sus beneficiarios.

En otras palabras: propiciaba la “imposibilidad de la autoridad competente para detener o someter” a un hijo del fuero, durante el ejercicio de sus funciones, “a un proceso penal por la posible comisión de un delito, salvo en los casos de flagrancia”.

¿Cuántos hijo del Fuero hemos tenido en México?

decenas de miles.

Un caso: Manlio Fabio Beltrones tuvo una época feliz en la que pasó de ser senador a diputado en repetidas ocasiones.

Emilio Gamboa —el Osito de Peluche— hizo lo mismo.

Y no se diga Jorge Emilio González Martínez —el Niño Verde—, y otros muchos.

¿Qué es lo primero que hace un funcionario público al ver que se acaba el sexenio de su preferencia?

Irse a la Cámara de Diputados o de Senadores.

¿Qué busca?

Dos cosas.

¿Cuáles?

Dieta onerosa y fuero.

Sobre todo fuero.

Es decir: inmunidad e impunidad.

El fuero mantiene alejada —en Puebla ya no— a la policía y a los ministeriales, a la Fiscalía, al Ministerio Público y al juez.

Es el estado idílico del hombre.

Con esta brutal e histórica reforma constitucional esa dualidad esquizofrénica —inmunidad e impunidad— se viene abajo.

Se desmorona.

Se acaba para siempre.

Hoy por hoy en Puebla ese privilegio será cosa del pasado.

Al terminarse la inmunidad se acaba también la impunidad.

Y aunque fue en el seno del Legislativo donde formalmente fue eliminado el fuero, queda clarísimo que la iniciativa provino del huésped de Casa Aguayo.

Es decir: del gobernador Miguel Barbosa Huerta.

En esa cruzada que mantiene para desmontar el Sistema que imperó cuando menos los últimos ocho años, el fuero era un estorbo.

Algo así como un jarrón chino en un departamento pequeño.

No servía para nada, pero cómo estorbaba.

Corrijo:

Sí servía.

Y mucho.

Para unos cuantos.

Y es que en una cultura donde la inmunidad es sinónimo de impunidad, ufff, todo se corrompe.

En esta nueva trama —en la “novela poblana”, como la llama el gobernador Barbosa—, muchas cosas están por suceder.

Hacía falta, entre otras cosas, romper lo que no se atreven los legisladores federales: el carísimo y estorboso jarrón chino.