Puebla
Por: Jaime Carrera
Agus y Ofe tienen mucho en común: las dos no pasan de los 25 años, han sido víctimas de violencia de género y ayer decidieron salir a trabajar. La marginación salarial y las condiciones económicas en sus hogares las orillaron a elegir no sumarse físicamente a “El nueve nadie se mueve”, aunque con un listón y blusa morados, mostraron una resistencia simbólica a la crisis de violencia contra las mujeres.
Agustina vive en una unidad habitacional al sur de la ciudad y labora como mesera en un restaurante de cadena nacional desde hace tres años. Ofelia hace memelas y todos los días se traslada de una junta auxiliar a un barrio contiguo a la zona histórica de Puebla.
Agus es una de las cientos de mujeres que conforman la base trabajadora en el estado, y sin importar el tipo de uniforme, actitud o distancia que interponga con los clientes, todos los días es víctima de insinuaciones, miradas que parecen tocamientos y agresiones que la destruyen lentamente.
Ofe, por el contrario, forma parte del sector productivo informal, pero lejos de lo que la gente cree, también es acosada y hostigada en su puesto.
La condición de marginación en la que se desenvuelve parece que da pie a los hombres a intentar vulnerar su derecho a vivir libre de violencia.
Sin importar el lugar, ambos tipos de escenas se repiten en los corredores gastronómicos formales e informales cada hora, día tras día. El 9 de marzo, más allá de representar un respiro a la violencia de género, para muchas mujeres empleadas en esos sectores, la fecha resultó contraproducente.
Ante una mayor concentración de hombres en las calles, y sin tantas mujeres a su alrededor, Agus y Ofe, igual que otras trabajadoras no sólo del sector de alimentos se sintieron tanto o más ahogadas que otros días.
En "el nueve nadie se mueve", a decir de Agus, así como otras meseras, reconocieron entre susurros que poco o nada pudieron hacer para faltar a sus empleos: restaurantes o cafeterías de cadena nacional. El argumento: a pesar de que la decisión de no ir “era libre", para muchas pesó más la pérdida de comisiones por ventas o propinas.
Del otro lado, un día de ausentismo en el puesto donde todos los días Ofe prepara gorditas, hubiese sido un fuerte golpe a la economía de su hogar; aunque a regañadientes le dijeron que: si quería, podía no ir, sabía que el dinero difícilmente podría recuperarlo, aun cuando el resto de la semana sobrepasara su jornada laboral de 8 am a 3 pm.
Desde sus trabajos, Agus y Ofe observaron a otras mujeres en la calle, a las que se sumaron al paro y a las que con un distintivo color morado fueron a desayunar o tomar un café. Muchas más, al igual que ellas pero en los Portales o en los grandes centros comerciales atestiguaron la misma situación: mujeres, trabajadoras, víctimas de violencia de género que el 9 de marzo optaron por ir a trabajar.