Puebla
Por: Mario Galeana
E xiste un sentimiento para cada domingo. El peso de una carga inmóvil que arroja nuestros mejores ayeres como fétidos montones de nombres arrugados en un papel, desprovistos ya de sentido. Una tristecita lánguida que se parece a la que sobreviene a las largas borracheras de la noche anterior. Un sentimiento para el cual se ha inventado un nombre, el Sunday Blues.
Ayer no fue domingo, sino lunes.
Lunes 9 de marzo. Sin embargo, el sentimiento azul del domingo había permanecido en medio de las calles desoladas.
La ciudad estaba encerrada en sí misma, las cortinas metálicas de los negocios pegadas al piso. Con un poco de atención era posible escuchar el sonido del viento, el sonido de la ausencia. Porque ayer no estaban ellas.
Hay cientos de noticias en los que algún economista o un banquero dice, con el rostro circunspecto, que la ausencia de las mujeres le cuesta al país alrededor de 40 mil millones de pesos en un solo día. Sí, perfecto, ahora sabemos cuál es el peso económico de todas ellas… pero más allá del valor agregado, el Producto Interno Bruto y la derrama, en ninguna nota se habló de la sensación: saberse solos. Lo que han sentido por años familiares de las víctimas de feminicidios y desaparecidas.
La noche anterior, miles de mujeres decretaron un apagón en redes sociales.
Agregaron a sus fotos de perfil en Facebook la leyenda: “DESAPARECIDA. Vista por última vez en México el 8 de marzo de 2020”. Algunas no respondieron mensajes de WhatsApp. En las escuelas se tomó lista y ninguna o muy pocas respondieron.
Por la mañana, en el Cabildo de Puebla nueve regidores convocaron a una sesión que, a falta de quórum, fue suspendida 10 minutos más tarde. La silla principal, que suele ser ocupada por la alcaldesa Claudia Rivera fue utilizada provisionalmente por un regidor. Se trató, claro, de un acto simbólico. Como fue lo que ocurrió en la sede de la Fiscalía General del Estado.
Allí, un grupo de ocho mujeres limpiaron con agua y jabón las pintas y la sangre artificial que, un día antes, durante la marcha por el Día Internacional de las Mujeres, activistas esparcieron sobre las paredes como protesta contra la impunidad. Lo hacían meticulosamente, armadas de escobas y cepillos.
La prensa las retrató profusamente, porque el hecho de que la Fiscalía hubiese escogido especialmente a mujeres para borrar las pintas de otras mujeres durante el Paro Nacional era la antípoda de todo lo que significaba ese día. Era casi una provocación.
A unas cuantas calles, alrededor de la fuente de San Miguel, en el Zócalo de Puebla, seis trabajadores del Organismo Operador del Servicio de Limpia hacían lo mismo.
Con un chorro de agua a presión borraban las siluetas de mujeres dibujadas sobre la piedra gris, las pintas sobre la cantera. Con esa inmediatez, desaparecía el último vestigio de las mujeres que un día antes habían abarrotado el Zócalo, dejando una estela de consignas y proclamas con aerosol.
Los trabajadores no parecían preocupados, sabían que la jornada sería más larga de lo usual, a pesar de que sólo se dedicarían a limpiar algunos sectores de la ciudad. Uno de ellos, me dijo que el organismo concentraba a alrededor de 500 empleados, pero sólo 10 por ciento, hombres. El paro iba desvelando todo eso: el reparto desproporcional de los trabajos, las rutinas, las maneras.
En lugares, el paro fue testimonial. Alejandra atendió su recaudería en el Mercado El Carmen como cada día, pero recordó el miedo.
A bordo del autobús que la llevaría a su trabajo sólo viajaban ella, una chica y hombres, cuyas miradas podían rozarla. Sintió miedo y decidió bajarse 15 minutos después
Antes de hacerlo pensó en la chica. Pensó en decirle bájate conmigo. No lo hizo. Llamó a su pareja y lo esperó frente a una escuela para viajar junto a él. En el sitio sólo vio muchachos apurados por entrar a clases. Sonó una campana. Su pareja llegó hasta ella y así, juntos, llegaron al mercado. Pero en todo el día no dejó de pensar en la chica del autobús.