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La Ex Funcionaria, el Delirio y los Excesos

La Ex Funcionaria, el Delirio y los Excesos

Columnas martes 14 de abril de 2020 - 18:26

No estuvo mal montar una pelea de lucha libre afuera del Museo Barroco como parte de una exposición de fotografía de auténticos maestros de la cámara.

(A Carlos Monsiváis le hubiera encantado).

Lo que estuvo mal, francamente terrible, fue que Alejandra Santamaría Llerandi —hoy huésped del panteón burocrático nacional— hubiese pretendido que tres luchadores del pancracio dieran clases de pintura cuando no sabían distinguir un lienzo de un pincel.

La hasta hace poco directora general de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura logró en poco tiempo echarse en contra a sus compañeros de trabajo y público en general debido a que convirtió su área en un festín de arbitrariedades, excesos, malos tratos, moches, despidos injustificados y guillotinas vías whatsapp.

Logró, en su negro paso por la institución, generar distintas zonas: la Zona del Castigo, en la dirección de Artesanías, y la Zona de las Murmuraciones, en el resto de la Secretaría.

Aliada del antropólogo Julio Glockner, originalmente, pronto se volvió su enemiga a muerte, y buscó generarle una mala fama en otros ámbitos de poder sólo con dos cosas: su lengua y una esquizofrenia galopante

No alcanza el espacio de esta columna para narrar los equívocos, las maledicencias, los malos tratos, las humillaciones y demás lindezas de las que hizo gala.

De no ser porque el secretario Glockner fue sensible a los reclamos de los humillados y ofendidos, y porque les dio trámite ante la Secretaría de la Función Pública, nuestra heroína de los absurdo seguiría ahí: regodeándose en sus arrebatos.

Porque una cosa es clara: el caso que hoy tiene ante sí el hipócrita lector rebasa todo.

Digamos que no hay antecedentes en la función pública de actos y actitudes tan delirantes.

En mi siguiente columna exhibiré algunas perlas de antología de nuestro personaje.

Hoy sólo le puedo asegurar a usted que la susodicha fue echada, faltaba más, por la puerta de servicio.

¡Bienvenida a la realidad!



Día 30 de la Cuarentena. Amigos míos, amigos de amigos míos, amigas mías y amigas de amigas mías han tenido la confianza de revelarme cómo están pasando su arresto domiciliario para compartirlo con el hipócrita lector.

Vean, ustedes: sus mercedes.

Una amiga que estaba por romper con su esposo no pudo hacerlo porque se atravesó el virus que vino de China y todo lo que ello trajo: una cuarentena que amenaza con hacerse interminable.

Mi amiga, pues, no tuvo otro remedio que seguir pernoctando con su esposo, a quien ya le veía alas en la espalda y en los pies, como aquel Aquiles de la Iliada: el de los pies ligeros.

Tanto pernoctaron que mi amiga empezó a enamorarse de nuevo de su hasta hace poco odiada pareja.

El problema fue que, antes de la crisis sanitaria, ella ya tenía un novio con el que pensaba rehacer su vida.

Desde su propio claustro, desde su WhatsApp helado, el novio empezó a sospechar que algo se había movido.

Y por más que insistía en verla, la dama se volvió evasiva.

El colmo fue cuando el marido subió a Instagram una foto de pareja enamorada —con velas, vino, ojos ebrios— y presumió su cuarentena como una nueva oportunidad para el amor.

El novio, furioso, le mandó a ella un mensaje persistente vía WhatsApp exigiendo una explicación.

No hubo respuesta.

O sí.

Unas pocas palabras: “Tenemos que hablar”.

Él respondió con una retahíla de insultos, chantajes emocionales y fotos cursis.

Ella terminó por bloquearlo.

El amigo de un amigo se fue a su cuarentena más solo que una almorrana.

Venía de divorciarse en febrero y tomó con filosofía el retiro involuntario.

Los primeros días fueron benignos.

El problema inició cuando pidió servicio a domicilio en el famoso concepto “pago por evento”.

La agencia de escorts le mandó una acapulqueña de cadera generosa.

La chica, harta y aburrida de la vida fácil, lo enamoró en la cama y lo transportó a esos paraísos artificiales que él tanto estaba deseando.

La cuarentena, pues, logró flecharlos.

Ella renunció a la agencia y él a su nueva soltería.

Ella, además, cocina con gran arte.

Tienen planes para casarse ahora que López-Gatell dé el banderazo de salida.

Sólo un problema hay.

La acapulqueña hace salidas de pronto, pues en su celular quedaron los contactos de algunos buenos clientes.

Ella lo ve como una despedida a la vida mundana.

A él lo empiezan a carcomer los celos.

Esos mismos celos que provocaron su divorcio de febrero.

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/CR

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