Cada 6 de julio me acuerdo, inevitablemente, de Manuel Bartlett.
Cómo no hacerlo.
Fue el gran artífice de la caída del Sistema en 1988.
Y hoy más que nunca sus ideas de lo que es una elección están vigentes.
Desde un cinismo educado en algunas de las mejores universidades del mundo, Bartlett decía una y otra vez que el Instituto Federal Electoral era muy oneroso.
Palabras más, palabras menos, señaló en su momento que el gobierno gastaba mucho dinero en mantener un aparato electoral tan caro y tan inútil.
Y se iba a los ejemplos:
“En mis tiempos de secretario de Gobernación, hacíamos las elecciones con cincuenta personas y dos teléfonos”.
Y así salían los comicios.
Ya se ve por qué se caía el Sistema (de cómputo).
En efecto: Bartlett tenía a dos operadores claves para hacer ganar al PRI todo el tiempo: a José Newman Valenzuela (titular del Registro Nacional de Electores) y don José María Morfín Patraca (gran abogado electoral).
Con ellos bastó para lograr el “fraude patriótico” de Chihuahua y hacer ganar a Carlos Salinas de Gortari.
Hoy, peligrosamente, el presidente López Obrador dice cosas parecidas sobre el INE: es muy caro, muy oneroso, muy inútil.
Desconfía de Lorenzo Córdova, presidente del órgano, y de los demás consejeros.
Quiere meter a John Ackerman en su lugar.
Y más:
Advierte que desde Palacio Nacional vigilará las elecciones y denunciará los fraudes electorales que se cometan.
(Al estilo Bartlett, lo podría hacer con unas cincuenta personas y dos teléfonos. Las telefonistas, al viejo modo, podrían tomar los datos de las casillas, dictados, a su vez, por informantes a sueldo).
Imaginemos este escenario, oh, hipócrita lector:
El presidente es informado por John Ackerman o Epigmenio Ibarra que en Querétaro o en Guanajuato va ganando el PAN.
El presidente le dice a Jesús Ramirez —su declamador sin maestro— que le pida a Lord Molécula que active la alerta Amber del Fraude.
Nuestro Lord arma un escándalo que retomarán vía Twitter los otros lords: Epigmenio y Ackerman.
El presidente manda un mensaje a la nación denunciando la trama.
Una muchedumbre hace rehenes a los vivales y les prende fuego en los respectivos zócalos.
El resultado, sí, sería catastrófico.
El viejo sueño de Bartlett —el de los 50 operadores y los dos teléfonos— sería una pesadilla antidemocrática.
Regreso al 6 de julio de 1988.
Hace 32 años yo hacía radio en la XENG de Huauchinango, Puebla.
Al reportear el evidente fraude electoral y anunciar, con cifras en la mano, que Cuauhtémoc Cárdenas había ganado —en el distrito X con cabecera en Huauchinango—, sobrevino mi cese inmediato ordenado por el mismísimo licenciado Bartlett.
Tres días después fui citado junto con el licenciado Rojano —gerente de la XENG— en la sede de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC).
Ahí, el titular de Radio nos dijo que se habían excedido conmigo al sacarme del aire y que mis enemigos eran muy poderosos.
En un arranque de sinceridad me contó todo.
El gobernador Mariano Piña Olaya fue informado que yo estaba haciendo reportajes incómodos en la XENG y buscó a Manuel Bartlett para reportarme.
Bartlett, entonces, le dijo al subsecretario Fernando Elías Calles que me sacaran del aire en lo que bajaba el fuego.
Elías Calles le pasó el recado a Jesús Hernández Torres, director de RTC, quien a su vez le encomendó el caso al titular de Radio.
“Tómate unas semanas de vacaciones en lo que el licenciado Bartlett te levanta el veto”, me dijo el muy generoso funcionario.
Mis vacaciones, por cierto, duraron cinco meses.
Una vez que Salinas llegó a la Presidencia se descongeló mi veto.
Decenas de conductores de radio —cesados al mismo tiempo que yo en otras partes del país— regresaron a sus micrófonos.
Cómo olvidar esos años.
Cómo olvidar tales gestos.
Cómo olvidar al ciudadano Bartlett: alto sol de la democracia y la transparencia en esta desagradecida aldea.