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Un cosmopolita extremo

Un cosmopolita extremo

Columnas lunes 22 de febrero de 2021 - 23:49

En 1899, el poeta Rubén Darío arriba al puerto de Barcelona. En su crónica denominada simplemente “En Barcelona”, lo primero que observa al llegar es Montjuich.

La crónica puede leerse con regocijo, escepticismo y admiración en una afortunada compilación titulada “Viajes de un cosmopolita extremo”.

Lo primero que hace Darío al llegar al puerto y bajar a tierra, de ahí a la Rambla y luego al café Colón donde se sirven “diluvios de café”.

Nada es más incierto que los viajes.

Si el viajero Darío quisiera hacer su crónica, especulemos, en la Barcelona del siglo XXI, habría ligeros matices en su crónica. Quizás algunas adecuaciones de lugares o un lenguaje donde en lugar de llegar al puerto de Barcelona se llegaría al aeropuerto el Prat y luego se recorrerían en metro o en alguna van la llegada a la Rambla.

Pero la manera como Darío describe su estancia en el café Colón, donde la gente fuma como usinas, apunta, los ojos irritados de nicotina, apunta, parece que ese presente catalán se eterniza.

O por lo menos, se alarga hasta el siglo XXI.

En las mesas del café, Darío escucha las apasionadas polémicas sobre la independencia catalana, sobre su pujante papel industrial y sobre la vida vibrante en Cataluña.

Octavio Paz hace una anotación reflexiva en su ensayo “El caracol y la sirena” dedicado a Darío.
Apenas nacida la poesía hispanoamericana se declara cosmopolita. Es una ciudad de ciudades, señala el ensayista.

Darío es el gran poeta del siglo pasado, y su eco aún llega a nuestros días.

Más bien es el gran poeta de estos dos siglos, como si cuerpo poético se extendiera en el mar de estos dos siglos.

Estos relatos de viajes y crónicas de Darío, que aparecían publicados en distintos países de América y España.

En sus crónicas gravita esta pasión por la poesía.

Sus crónicas son poesía latente.

Los lectores de los periódicos y revistas de su época fueron lectores afortunados porque pudieron leer la poesía de Darío en sus crónicas, Nueva York, París, Panamá, Buenos Aires, Barcelona, y hasta Veracruz, aparecen en esos retratos fugaces de la realidad de su tiempo.

¿De qué más puede escribir un periodista sino es de la realidad de su tiempo?

Un poeta no se desdobla. Cuando escribe una crónica ese flujo del lenguaje, ese toque de las musas que persiguió a Hesíodo, también lo acompañan.

Bienaventurados los lectores. Bienaventurados los diarios. Bienaventuradas las revistas. Donde todavía la poesía sobrevive o sobrevivió en el cuerpo glamoroso de la crónica, en el aullido de su lenguaje, en el crepitar de los viajeros como Darío.

Los periodistas, aunque no lo sepan, son deudores del éxodo modernista, de ese afán de mundo, de viaje y de lenguaje.


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/CR

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