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Mas si Osare un Extraño Enemigo (Escenas de Políticos Correctos)

Mas si Osare un Extraño Enemigo (Escenas de Políticos Correctos)

Columnas miércoles 12 de agosto de 2020 - 18:07

En nombre de lo políticamente correcto se han cometido miles de aberraciones.

No hubo corrección alguna en la revolución rusa o en la revolución mexicana o en la cubana.

Ni falta que les hizo.

Normalmente los pueblos están hartos de la corrección.

Lo políticamente correcto ha acabado con la frescura del discurso público.

Lo ha vuelto —en pocas palabras— aburrido y mediocre.

Diego Rivera quiso ser un día políticamente correcto en su pintura.

Y lo logró.

Pero perdió la magia.

Las escuelas de señoritas eran políticamente correctas en los años en que Maximino Ávila Camacho gobernó Puebla a través de interpósitas personas.

(Él, de vez en cuando, se robaba alguna, y acababa con toda corrección).

De ahí salieron muchas amas de casa profundamente infelices.

Otras más pasaron a abortar antes de consumar sus nupcias con el tedio y el aburrimiento.

Pocas se sobrepusieron a tantos baños de pureza y corrección.

Cuando alguien habla de lo políticamente correcto pienso en mi tío Melchor enterándose con tres días de atraso que el presidente Kennedy había sido asesinado en Dallas, Texas.

El 22 de noviembre de 1963 le dispararon a Kennedy.

El 25 de noviembre, en Huauchinango, alguien buscó a mi tío en el teléfono de pared de mi Mamá Guillitos.

Respondió pausado.

Poco a poco fue subiendo la voz hasta gritar “¿cómo que le dispararon al presidente Kennedy?”.

Todos nos sobresaltamos.

(Yo tenía siete años de edad y no sabía quién diablos era el presidente Kennedy).

Mi tío Melchor colgó con la tez profundamente pálida —él, que era prieto como una mazorca prieta—, y nos anunció con los ojos desorbitados:

¡Acaban de dispararle al presidente Kennedy!

Tomó su botiquín.

(Era médico general).

Le dio un trago a su vaso de Ron Batey hasta acabárselo.

Tosió.

(Fumaba como chacuaco).

Y se marchó rumbo a la Ciudad de México.

Durante décadas he tenido presente esa imagen:

Mi tío Melchor saliendo entre tumbos de la casa de mi Mamá Guillitos —en la calle Corregidora—, subiendo a su Valiant verde oscuro y arrancando con la mirada perdida.

¿A dónde iría mi tío Melchor?, me pregunté esa noche.

Meses después, lo imaginé llegando al aeropuerto de la Ciudad de México para abordar el primer vuelo a Dallas, Texas, y atender con prontitud al presidente y a Jackie, su mujer.

Con los años supe que todo había sido una farsa, pues el presidente fue baleado tres días antes de que mi tío Melchor se enterara en la casa de mi Mamá Guillitos.

¿A qué jugó esa vez mi multicitado tío?

Sencillo: a ser políticamente correcto.

Lo fue, pero nos engañó a todos.

Así suelen hacerlo los políticos que aspiran a la corrección.

Fox nos engañó seis años con ese ardid.

Calderón también.

¿Y qué decir de Peña Nieto?

Muy patriotas a la hora de cantar el himno nacional mexicano (voz grave, pecho en alto), pero profundamente traidores a la patria a la hora de saquear la Hacienda pública.

Estoy harto de tantos hombres y mujeres políticamente correctos que se horrorizan de algunas frases del presidente Lopez Obrador o del gobernador Barbosa.

Y es que tanta corrección les impide disfrutar su ironía acerca, por ejemplo, del mole de guajolote y el coronavirus.

O del caldito de pollo como santo remedio.

¿Y qué decir de algunas verdades brutales que no son políticamente correctas?

Se horrorizan por minucias, pero cierran los ojos ante lo que verdaderamente importa.

Un ejemplo:

La cruzada que encabeza el gobernador en contra de la inseguridad, la corrupción y la pandemia.

Termino como empecé esta columna:

En nombre de lo políticamente correcto, ufff, se han cometido cientos, miles, de aberraciones.

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/CR

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