Hace dos semanas dije que se iba el paria Rodrigo Abdala.
Hoy se lo recuerdo al hipócrita lector.
Pocas veces la mano del poder construyó tan rápidamente el esqueleto de un prospecto a la gubernatura de Puebla.
Pocas veces, también, ese prospecto terminó tan rápidamente en el suelo: hecho polvo, hecho añicos.
Es el caso de Rodrigo Abdala, quien volvió a fracasar junto con los Siervos de la Nación (capítulo Puebla) el domingo anterior, cuando fue incapaz de sacar buenos números en la consulta popular para juzgar a los ex presidentes de México.
Sus pobrísimos resultados terminaron por hartar al huésped de PalacioNacional, y de un manotazo ordenó que el súper delegado más inepto del país fuese enviado a las catacumbas de la burocracia de medio pelo.
La orden presidencial cayó como una patada de rinoceronte en las partes más nobles de este neanderthal.
Su nuevo cargo —al que llegará en los próximos días— es tan anodino como él.
Y es que será titular de la unidad de Planeación y Evaluación de la Secretaría de Bienestar.
¿Qué es eso?
¿Con qué se come?
Con las manos, sin servilleta de tela, sin cubiertos de plata.
En varias ocasiones he trazado la biografía de Abdala.
No está de más hacer un nuevo recuento.
Corría el año 2012.
Manuel Bartlett buscaba ser senador de la República a través del Partido del Trabajo.
De entrada, abrió su casa de campaña en la zona del Centro Histórico de Puebla.
A petición de Julia Abdala, su pareja sentimental, aceptó integrar al sobrino de ésta.
Mientras Bartlett recorría el estado, Rodrigo hacía dos cosas: fumaba y esperaba sentado.
Siempre al interior de la casa de campaña.
A veces fumaba afuera y ponía un pie sobre la pared.
Primero uno, luego el otro.
Apagaba el cigarro.
Encendía uno nuevo.
Y así se llevaba todo el día.
Todos los días.
Cuando don Manuel regresaba y calaba el frío, Rodrigo le ponía una frazada en las piernas y le daba una botella de agua.
La campaña terminó, y el tío político se fue a dormir la noche de la elección con la certeza de que había ganado.
Pero en la madrugada se cayó el sistema y cuando amaneció ya había perdido.
Gritó que le habían hecho fraude electoral, pero nadie le creyó.
Pese a todo, ingresó al Senado.
Rodrigo, en tanto, fue llevado de la mano ante Andrés Manuel López Obrador, quien lo hizo diputado federal en 2015.
Ignacio Mier Velazco aparecía en el lugar 3 de la lista plurinominal de la Cuarta Circunscripción, pero fue hecho a un lado para favorecer a Abdala.
Ya en San Lázaro, y con la posterior creación de Morena como partido político, fue designado secretario de Organización del comité estatal en Puebla por el entonces poderoso Gabriel García.
Su labor —que nunca la hizo— era la de crear comités en todo el estado.
Un día, en 2017, surgió una orden: ¡la de convertirlo en candidato a la gubernatura de Puebla por Morena!
El plan se echó a andar, pero hubo un repudio generalizado.
Nadie lo conocía, y los que lo conocían tenían la peor impresión de él.
A su abulia natural sumaba una holgazanería brutal y cierto aire pedantesco que lo alejaba de las bases de Morena.
Lo único que sabía hacer era cobrar su dieta y fumar.
Fumaba todo el día.
Un día se cayó su candidatura y fue llamado a mostrar los resultados de su labor como secretario de Organización.
Fue una sesión terrible para él.
Y es que el virtual candidato López Obrador lo regañó en público y pidió refuerzos.
Ya con AMLO en la Presidencia, Abdala fue nombrado súper delegado.
¿Qué hizo?
Encender un cigarro, fumar y poner un pie en la pared.
La Súper Delegación se vino abajo y se convirtió en lo que es actualmente: una nube de burócratas manejada por sus cuatro Buenos Para Nada: César Addi, José Manuel Vera, Iztac Hernández Quiterio y Joshué Uriel Figueroa.
La suerte cambió para ellos, pues, por ejemplo, de despachar gasolina, Vera pasó a vivir en Lomas de Angelópolis, igual que los otros tres inútiles.
Esos mismos personajes hicieron una chicanada en la más reciente elección: renunciaron a sus cargos en la Súper Delegación, operaron —terriblemente mal— para Claudia Rivera Vivanco, y volvieron a sus cargos en la burocracia dorada.
Hoy la suerte de Abdala y su grupúsculo terminó.
De hecho, una vez que fueron avisados del relevo cayeron en una depresión brutal.
Nada les consuela.
Una vez que el viernes pasado publiqué las buenas nuevas, en las redes sociales, iniciaron los rituales de futurismo.
Dos son quienes pujan por llegar en lugar de Abdala: Claudia Rivera Vivanco y Fernando Manzanilla Prieto.
Ambos tienen algo en común:
Son enemigos del gobernador y fueron los grandes derrotados en la elección del 6 de junio.
Son, pues, dos parias pretendiendo sustituir a otro paria.
Cualquiera de los dos sería más de lo mismo en la súper delegación.
Harán lo que siempre han hecho: vegetar.
Creen que con el manejo de las becas y de la estructura de los siervos de la Nación bastará para entrar en la puja por la candidatura de Morena a la gubernatura de 2024.
Esto los define a ellos y a sus ambiciones más vulgares:
Quieren moches, presupuesto, lucro de los programas sociales y cargos para sus propios parias.
Más de lo mismo.
Qué pena.
Cuando el hipócrita lector esté leyendo estas líneas, Rodrigo Abdala estará fumando un cigarro con un pie recargado en alguna pared de Puebla y una lágrima de Remi en el ojo izquierdo.