Por: Guadalupe Juárez
Hay risas de los estudiantes en las
aulas, el olor de comida rápida en los pasillos, alumnas con apuntes en mano que repasan en voz baja, parejas que se toman de la mano mientras entran al salón, amigas que ríen en las palapas.
Pero también siguen intactas
las cartulinas que cuelgan en las paredes, las playeras con pintura roja que simulan sangre y las veladoras prendidas en memoria de tres universitarios que murieron por la violencia en el estado.
"Aquí estudiamos estadística,
pero no queremos ser parte de ella", permanece una cartulina en un edificio de la facultad de físico matemáticas. Las huellas de la indignación siguen ahí.
En Ciudad Universitaria, la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla (BUAP) pareciera volver a la normalidad, si es que podría
decirse así, antes de que estallara
el movimiento estudiantil histórico que surgió de sus aulas.
Si no fuera por las carteles que
tapizan muros, rejas y pizarrones o los alumnos que aún no regresan a sus facultades a estudiar, o las casetas cerradas de las lobobicis, parecería que de esos salones no salieron miles de universitarios que dieron a otros valor para pedir seguridad a las autoridades.
Las palapas de Computación
están llenas de estudiantes que esperan entrar a otra próxima clase; hay otros que aprovechan para jugar cartas.
Por lo pronto, en menos de 20 minutos una patrulla de la policía
estatal ya rodeó el campus, aunque las calles y los comercios siguen desiertos.
Las cocinas económicas, que
días antes lucían abarrotadas, apenas son ocupadas por dos o tres grupos de universitarios.
Los empleados de las papelerías están sentados o revisando
el celular, cuando habitualmente estarían contando con un dedal los cientos de copias que piden o engargolando trabajos para evaluación.
El paso de los vehículos a las
facultades se normalizó. Las entradas de cada unidad académica están libres y sin restricciones.
Las rutas del transporte público que llegan hasta Ciudad
Universitaria pasan semivacías.
Y aunque una de las exigencias
de los estudiantes cuando marcharon por las calles hacia Casa Aguayo era la de un mejor servicio, los conductores siguen correteándose con otros de la misma ruta, hay unidades sin cámaras y quienes no respetan el descuento de estudiantes.
Los autobuses que van a otros
municipios y se estacionan en un carril de la Avenida San Claudio operan con normalidad.
Las charlas de los estudiantes
giran en torno de los trabajos que deben entregar en semanas próximas.
Algunos otros que llegan
después del mediodía a clases, aprietan el paso para atravesar las facultades hasta sus salones, porque el Transporte universitario todavía no presta el servicio.
Ya hay estudiantes de química con sus batas, utilizando sus
laboratorios.
Hay profesores que preparan
en la cafetería los exámenes.
Y hay una chispa de indignación que podría volver a estallar.