No sólo Borges está cerca del mundo de las subpartículas atómicas. También es una curiosa coincidencia que del lado francés, en Ferney, aún exista la casona que Voltaire reparó y habitó, convirtiéndose en benefactor del poblado. El espíritu de ambos autores, cercanos a las ideas físico-matemáticas y filosóficas del atomismo y los conceptos cuánticos, ronda los pasillos de CERN. Asimismo, la disposición de los edificios apela al “desorden creativo”, como sucede en la novela Rayuela, de Julio Cortázar. Uno esperaría que del edificio uno siguiera el dos.
No es así. Al igual que en la lectura alternativa propuesta por Cortázar, el edificio 73 puede estar conectado al uno, y éste al dos, luego al 116 y de ahí saltar al tres, al 84...
En el Centro Histórico de Ginebra hay una librería de volúmenes viejos, antiguos, raros, incluso algunos incunables. Ahí me encontré con una joya publicada por la Universidad de Salamanca: Miguel de Unamuno y la cultura francesa, de María de la Concepción de Unamuno Pérez. Rodeado de ese y otros volúmenes depositarios de reflexiones que calan hondo y de historias fantásticas, cotidianas, peculiares, comunes, conversé en varias ocasiones de manera intensa, espontánea con el encargado, de origen chileno, quien un par de años trabajó ahí en su peregrinar por el mundo. La relación entre Unamuno y Borges salió a relucir.
El dependiente chileno de la librería en el Centro Histórico de Ginebra me habló de las afinidades, sorpresivas coincidencias, y también acerca de las divergencias que algunos especialistas han señalado entre ambos poetas. Uno, dolorosamente realista, el otro, trágicamente fantasioso. No basta con encontrarle un sentido a la vida, sino otorgárselo en efecto. Es necesaria una dosis de rebeldía para saber lo que significa la intrahistoria, en el caso de Unamuno, y lo que implica la imaginación estudiada, en el caso de Borges. La metafísica de ambos me persigue por las calles del CERN. El estilo desorbitado de Unamuno y el modo ecuánime de Borges se conjugaron en el aquelarre de las partículas exóticas del que estaba siendo testigo. El librero aseguró que a Borges y Unamuno los unen los recovecos cervantinos, pues ambos son herederos de esa fuerza narrativa que empuja, sobrevive.
Cervantes y Unamuno se convierten en personajes de sus propias obras, Borges presta su nombre a varias entidades que saltan de su imaginación. Le platiqué al dependiente de la librería sobre una de las razones que me traía a Ginebra: las partículas, amigas de Heráclito, quien sirve de puente entre Unamuno, Borges y el ser que fluye. Son lo mismo, pero no iguales.