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PRI-PAN: ¿A qué Sabrá esa Chingadera?

PRI-PAN: ¿A qué Sabrá esa Chingadera?

Columnas martes 02 de marzo de 2021 - 16:30

Gustavo Díaz Ordaz viaja en un autobús rumbo a Tehuacán.

México hacia 1964.

Todavía no es presidente.

Quiere serlo.

Por eso va en ese autobús en calidad de candidato del PRI a Los Pinos.

En un cerro se leen unas enormes letras pintadas con cal:

“Tehuacán con Díaz Ordaz”.

Tras toser unas dos o tres veces, el candidato les dice a sus acompañantes:

“¿A qué sabrá esa chingadera?

Risas en todo el autobús.

Era el Mexico del ron Batey y del brandy Presidente.

Todos en ese país bebían Presidencola.

O Presidente con Tehuacán.

El Tehuacán era el agua mineral de moda.

También se usaba para limpiar monedas.

Hoy las cosas no han cambiado mucho.

Las marcas son las que se han deteriorado y, en consecuencia, desaparecido.

Ya pocos toman Presidente.

El Tehuacán, si no me equivoco, ya salió del mercado de aguas minerales.

Díaz Ordaz está muerto, y de mala manera.

Todos lo ligan al 2 de octubre no se olvida.

Lo único que sobrevive de esta estampa es el PRI.

Ya no es el partidazo que ganaba todas las elecciones.

Hoy sólo es una perra flaca.

Ya no hay pulgas que brinquen en su lomo.

O sí: una que otra.

El PAN, por ejemplo.

Enemigos acérrimos en el pasado, hoy se han vuelto amantes.

Quién lo iba a decir.

Cierto que la política hace extraños compañeros de cama, pero el amasiato del PRI y el PAN suena a sexo con brandy Presidente y Tehuacán tibio.

Sexo anticlimático en un hotel de paso.

Sexo a las ocho de la mañana, cuando los amantes están crudos y severamente desvelados.

Así, en ese estado, llegan a las elecciones de 2021:

Sin ganas de tener sexo, crudos, desvelados, con ganas de seguir durmiendo.

Lo más ridículo es que ofrecen el “cambio”.

Ellos, que perjudicaron el país durante tantas décadas, hoy juran que son distintos.

Basta leer sus nombres de los candidatos para conocer el tamaño de su concubinato.

Son los mismos de siempre, pero con los rostros polveados.

Y algo peor:

Mezclados entre sí.

Priistas y panistas se acusaron siempre de las peores cosas.

Unos eran los rateros.

Otros, los niños bien (desflorados).

Descalificaciones era lo que les sobraba.

Hoy, como novios de pueblo, están tomados de la mano mientras dan vueltas al jardín.

Mientras caminan, se dicen ternezas al oído y se dan algún besito.

Dicen que ya no son los amantes crudos y desvelados del hotel de paso, aunque tienen un tufo de brandy Presidente con Tehuacán tibio.

¿Quién es el activo en esta relación?, se preguntará el hipócrita lector.

¿A quién le toca morder la almohada?

Ofrecen el cambio que no cumplieron cuando les tocó.

Sus administraciones estuvieron plagadas de corruptelas, autopistas mal hechas, puentes falsamente atirantados.

Simularon concursos (la especialidad de la casa), compraron facturas falsas.

Y el erario lo dejaron como burdel de pueblo a las ocho de la mañana.

Hay que verlos antes de que gobernaran.

De la medianía juarista pasaron a las grandes mansiones.

Sus camionetas de lujo los delatan.

¿A qué deshuesadero fue a dar el vochito en el que se movían antes de que la patria les hiciera justicia?

¿Dónde quedó la casa dúplex?

¿Y qué se hicieron los asados en el pequeño patio de dos por dos?

La gente quiere un cambio, dicen con su tufo de brandy Presidente.

Y como el clásico, eructan:

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”.

PRI-PAN:

¿A qué sabrá esa chingadera?

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/CR

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