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Miserias de la neolengua

Miserias de la neolengua

Columnas miércoles 23 de noviembre de 2022 - 00:00

Desde los muy tecnocráticos y neoliberales días en los que el pueblo dejó de existir para mutar en “Sociedad Civil”, y se instauró en el mundo —según el sociólogo francés Michel Clouscard, como triunfadora, la alianza de los liberales y los libertarios que reina hasta nuestros días— la imparable corriente de lo políticamente correcto lo invadió todo empezando por el lenguaje.

Orwell profetizó que la tiranía se declararía en contra del lenguaje al punto de pervertirlo tanto, que la comunicación sería imposible, la verdad inencontrable y —en consecuencia— la rebelión, impensable. En la suma de las calamidades que nos azotan en este fin de época se cuenta, en primerísimo lugar, la crisis de la palabra; y es el epicentro de tal crisis el universo de la política. A la verborrea demagógica de muchos políticos modernos ha seguido el lenguaje neo-gerencial de los posmodernos. De lo que aquí hablo muy pocos son conscientes y, quienes lo son, viven anonadados por el imparable huracán de barbarie que los avasalla.

Sufro con ira —que no sé si la prudencia o la cobardía me impide traducir en actos violentos contra mis semejantes— el oírles zaherir la lengua con sandeces, como las que pronuncian hasta el hartazgo y la náusea, una panda de ignorantes y de deslenguados.

Llevo ya tiempo escuchando y leyendo en todos lados que hay que ser “resilientes”, “inclusivos”, “transparentes“; que esto o aquello debe ser “sustentable“; que no hay mayor virtud que la “diversidad“. Lo dicen con aire de suficiencia y, a veces, con una petulancia insuperable; y —peor aún— lo imponen, y, si me apuran, debo decir también que castigan con rigor a quien se expresa con lenguaje correcto y claro.

Yo me pregunto si es que aquel ente olvidado y enterrado, llamado pueblo, entiende el significado y percibe el espíritu —inexistente por cierto— de una palabra como “resiliencia“.

Tiempos hubo en que todos, por Fortaleza entendían una virtud —palabra, esta última, degradada a la más vulgar de “valor“— de las llamadas cardinales, que entre los griegos tenía un equivalente llamado Andreia, que hace capaz al individuo de enfrentar las dificultades de la vida protegiendo a quienes se encuentran bajo su responsabilidad, y estando dispuesto, si fuera necesario, a morir con dignidad.

La Fortaleza es —para Platón, en su diálogo Laques— la valentía propia de quienes no faltan a su deber y mantienen firme su posición; es estabilidad del carácter que no desaparece en el momento de la prueba, y es —en la síntesis cristiana— la virtud que permite superar las dificultades para alcanzar el bien.

La fortaleza exige valentía, que entraña la capacidad de estar dispuesto a sufrir heridas y sentir el miedo. El acto específico de la fortaleza —el más difícil— no es atacar sino resistir, soportar y hacerlo con dignidad. Cuando se decía, por ejemplo, “esta mujer tiene una gran fortaleza“, quien lo escuchaba sabía de la fuerza moral que había en esa persona.

Hoy, si alguien dice: “ yo soy muy resiliente”, quién lo escucha —si es que entiende el muy pobre significado de la palabreja en cuestión— no percibe su espíritu, si es que lo tiene, pues como toda palabra impuesta por el círculo del actual poder mundialista-corporativo, se vuelve cháchara, ruido, nada; sin embargo, en su reiterado uso por los llamados “ líderes de opinión “ —otra estupidez al uso— destruye otra palabra con fuerza, espíritu y significado, y con ello destruye lenguaje y, por tanto, humanidad.

De entre los sacerdotes de este rabioso culto de los neologismos gerenciales que pugnan entre sí por ver quién es el más servil ante el sistema, ha brillado uno en particular estas semanas, uno que se vanagloriaba de no tener amigos entre la clase trabajadora y que, siendo Ministro de Economía, sostenía tesis inversa a la de Robin Hood, es decir: hay que quitarle a los pobres para dar lo quitado a los ricos. Se llama, el tal, Rishi Sunak, y es hoy primer ministro del Reino Unido.

Hace una semana le escuché un discurso del que —no por estar en lengua inglesa, sino por el empleo de lenguaje esotérico-corporativista— no entendí nada. El señor ministro, después de salir con la zarandajas de la inclusión, la diversidad, la transparencia y todo las demás al uso, nos regaló lo que yo considero el súmmum de la barbarie destructora del lenguaje y de la comunicación, una verdadera perla: “vamos a introducir una moneda digital del Banco Central que ayudará a la ciber resiliencia, a la eficiencia energética y la inclusión.

¿Entendió usted algo de toda esta jerigonza? Yo tampoco. Pero no se preocupe, sea “resiliente”, porque tal cosa, como se dice en el franco hablar popular, sirve lo mismo para un barrido que para un fregado. Ahora que, si quiere ser usted mismo y ser mejor persona, ponga a prueba la virtud de la paciencia, de la que, en medio de tanta estupidez, se requieren —perdóneme tan pedestre término— toneladas.

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/CR

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