De los círculos del infierno, yo sólo he conocido algunos: el calor de Tuxtla Gutiérrez, los tacos al pastor de Taco Bell, el rechinar de las uñas sobre un pizarrón verde, un mariachi de aeropuerto, un vuelo en Ryan Air y el pésimo internet que brindan las compañías nacionales.
Como verá, en esto de los infiernos, no soy el más docto: tengo amigos que han conocido todos los círculos y por gusto, nada más, vamos, hasta han repetido y pedido lo que sobra pa’ llevar.
Y como yo ya voy dándome cuenta que entre más viejo uno, más mala suerte tiene (yo ya no quiero fijarme), últimamente voy entendiendo por qué cuando era niño escuchaba a los “grandes” quejarse tanto.
Y es que la adultez es miserable (va más allá de los famosísimos achaques musculares, el líquido de las rodillas o las arrugas y el paño); la adultez es miserable porque nos volvemos exigentes profesionales de lo que hemos tenido antes y ahora no nos dan.
En pocas palabras, cuando somos adultos, vemos infiernos por doquier, porque ya nada nos sorprende, porque “ya no nos cuentan”.
Y es que hoy por la mañana conocí otro círculo del infierno y para ilustrar lo anterior, citaré a Dante, pues el íncipit de La Divina Comedia le viene a mi relato como anillo al dedo:
En medio del camino de la vida
Errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida.
O lo que viene a ser lo mismo: fui a la calle 5 de mayo a medio día.
Ya puedo decir que sortear el paso a través de cientos de puestos ambulantes atiborrados de hombres y mujeres sin tapabocas, vendedores de voces pitosas- vestidos a la sicario style, y montones de fayuca (desde pilas chinas hasta tennis Abidas) en pleno medio día poblano, ha pasado a formar parte de mis pocos viajes al infierno, y superado, por mucho, al calor de Tuxtla y a los tacos apócrifos de Taco Bell.
Y aquí es donde entra el tema de la adultez, porque conforme caminaba por la 5 de mayo y veía cada vez puestos más grandes y ruidosos con gente estornudando y manteniendo distancia nula, empecé a sentir una repulsión inimaginable que sólo pude adjudicar a mi arrogancia.
Pero, ¿será que lo veo todo con los ojos del adulto odioso que me he llegado a convertir?, o que en realidad las calles del centro de Puebla son cada vez más una especie de mercado apocalíptico de una nación anárquica (y ficticia).
Y cuando quise pensar en quién gobernaría esa nación desordenada y putrefacta de mi distopía improvisada, intenté recordar el nombre de quien gobernaba la ciudad de Puebla: no pude recordarlo.
Caminé por la 5 de mayo a mi destino, y para cuando di vuelta en la 14 oriente, cuál habrá sido la intensidad de aquel infierno, que me sentí otra vez de vuelta al paraíso.
Ahí, parado, a medio día, ya era más adulto que lo que fui 15 minutos antes.
***
PS
Los poblanos desinfectándose las manos con agua bendita, matando dos pájaros de un tiro.