El triunfo en las elecciones extraordinarias del municipio de Venustiano Carranza no es un mérito del dirigente Mario Riestra Piña, ni de la secretaria general del partido, Genoveva Huerta Villegas, sino de la operación política de Marco Valencia Ávila.
Los resultados obedecen al enorme poder que concentra la familia Ávila Valencia en su demarcación, en forma caciquil; nada o en todo caso muy poco tuvo que ver el Comité Directivo Estatal de Acción Nacional.
Además, el candidato utilizó prácticamente la estructura política con la que contendió en los comicios constitucionales de medio año en el 2024.
Sin embargo, Riestra Piña hizo suyo ese triunfo, camina como si se tratara de su logro personal, pero el partido sigue en un proceso de deterioro.
Primero, no hubo operación cicatriz. A Mario no le interesó zanjar las diferencias entre su grupo y aliados con los que ostentaban anteriormente el control del panismo.
Segundo, su papel como oposición se centró en golpear al Ayuntamiento de Puebla en un programa que implementó justamente un gobierno emanado del blanquiazul, los parquímetros, en lugar de elaborar un diagnóstico interno, para reestructurar y aplicar acciones correctivas.
Y tercero, iniciar un conflicto personal con el dirigente del PRI, Néstor Camarillo, no representa precisamente una buena carta de presentación para presumir el inicio de su gestión en el PAN.
Es cierto, en política todo vale, y tratándose de la búsqueda del poder con más razón, lo que implicaría que más adelante resuelvan sus diferencias, pero en el corte de caja del momento, deja mal parado al líder del blanquiazul.
Riestra queda expuesto como un presidente partidista inocente, porque el perfil que propuso para Chignahuapan le dio la vuelta y terminó apoyando a Morena; o, como acusó Camarillo, en realidad es perverso porque negoció el municipio a favor del partido oficialista.
Se le ve también obsesionado en dirigir sus dardos contra el alcalde de Puebla, Pepe Chedraui, lo que habla más de su interés personal de revancha por la derrota que le propinaron en las elecciones de junio de 2024, y deja de lado la implementación de una estrategia partidista de renovación.
En la entrega anterior se planteó el desastre de Néstor Camarillo en el PRI, pero lo de Mario Riestra no es muy diferente.
Mujeres y hombres que pasaron antes por esa posición entendieron que la prioridad era el partido y, después porque no se pueden negar los hechos, las trayectorias personales.
En esa tesitura transitaron perfiles como Francisco Fraile, Ana Teresa Aranda, Ángel Alonso Díaz Caneja, Eduardo Rivera Pérez, así como Rafael Micalco y Juan Carlos Mondragón.
Incluso Jesús Giles, quien recibió una encomienda de parte de Martha Erika Alonso, comprendió al tomar al partido que antes de su posición, su paso número uno era reestructurar.
El problema de Riestra es que usa al partido para su propio interés, porque aún mantiene en la mira la presidencia municipal de Puebla que se le negó por una deficiente campaña política.
Faltan dos años y meses para el proceso electoral 2027 en el que se renovarán las diputaciones federales, además de diputaciones locales y ayuntamientos y la duda es si para entonces habrán reorientado su rumbo o seguirá a la deriva.
CAJA NEGRA
Un problema que debería atender la dirigencia estatal panista es la ausencia de liderazgo en el Comité Municipal en la ciudad de Puebla porque Jesús Zaldívar de plano abandonó el barco.
Desde meses atrás ya no asume su responsabilidad —que coincide con acciones legales en su contra— y la militancia camina sin un rumbo claro.
A ese paso los resultados favorables no llegarán en el 2027 y muy difícilmente en el 2030.