Por Guadalupe Juárez
Ximena tenía 25 años, era colombiana y desde que superó la leucemia a los 10, decidió estudiar medicina: primero quería ser oncóloga, pero su viaje a México la hizo cambiar de opinión y optó por otra especialidad, la de ginecobstetra.
“Ximeera una niña de casa, juiciosa. Le encantaba la rumba, le encantaba la música, estudiosa, alegre, compichera, y muy amiguera, hacía amigos fácilmente; su artista favorito era Andrés Cépeda, un colombiano que interpreta música romántica”, dice Sonia Hernández, su madre, a quien se le iluminan los ojos y esboza una sonrisa cuando habla de su hija mayor.
Y era tal su gusto por la música que sus amigos le solían decir “rockola”, por saberse todas las canciones.
Sonia se sostiene del brazo de Jorge Enrique Quijano y aprieta su antebrazo cuando habla de lo que sucedió en Huejotzingo. Hace dos años asesinaron a su hija y han viajado desde Colombia a México para el inicio del juicio contra tres personas detenidas, señaladas por el homicidio de Ximena y tres personas más.
“Ay, estos dos años han sido días de aprendizaje. Aquí hay algo doloroso y grande que es aprender a vivir con el dolor, porque la ausencia y el dolor yo pienso que no va a acabarse nunca. Lo que hemos hecho es orar y pedir que se haga justicia”, relata Jorge a ContraRéplica Puebla.
Para ambos estar en la ciudad que alguna vez recorrieron junto a su hija es otro reto. “Están atentos a las autoridades, a que se haga el proceso de investigación y justicia, y que quienes estén allá (encarcelados) sean (los culpables) y cumplan la pena máxima, que exista un escarmiento y esto sea un punto de partida para que termine la impunidad y que esos canallas teman hacer un acto de esa índole”, agrega Jorge.
Sonia y Jorge, aun sostenidos de la mano, dicen sentir orgullo de que en medio del dolor, la muerte de sus hijos no fue en vano. Se refieren a la movilización que originó el homicidio de los tres estudiantes y un conductor de la plataforma Uber.
“Eso que sucedió nos enorgullece. Dios quiera que no sufran más familias y que ese reclamo de la juventud sea un rechazo a la violencia y ante las cosas absurdas e ilógicas de la vida, que es quitar la vida, que no tiene ningún sentido. En medio de todo es como un abrigo, un calorcito que siente uno”, agregan.
Los padres de Coty
José Antonio tenía 22 años, era hijo único, colombiano, le decían Koty de cariño. Era el centro de la familia. El primer nieto. El primer sobrino. El aficionado al equipo de futbol colombiano Millonarios. El que desde antes de nacer pasaba la mayoría del tiempo en el hospital.
“Se crió con la mamá haciendo turnos y siendo médico. Desde pequeñito quiso ser médico, se crió en un colegio católico, de padres y curas cervantinos, su crianza fue como la de todos los niños, nunca nos generó algún problema”, dice su madre Angélica Cerpa, en entrevista con esta casa editorial.
A Koty le gustaba “la rumba”, como dicen en Colombia, también los videojuegos e ir al estadio junto a su
madre y su abuela.
Cuando le dijo a su madre que quería irse de intercambio a México, a Angélica no le gustó la idea, “era soltarlo, siempre lo cuidé mucho”. La tranquilizó saber que venía con Ximena, que pertenecía al grupo de amigos de la universidad, y que compartirían casa.
Entonces ambas familias vinieron a Puebla, turistearon. A Angélica se le hizo una ciudad tranquila, “universitaria”, instaló a su hijo y regresó a Colombia.
En la universidad se conocieron y se hicieron amigos. Era un grupo grande de amigos, 10 o 15 personas semestre tras semestre. Cuando fue el intercambio las dos familias nos conocimos, y buscamos en dónde iban a vivir nuestros hijos y así terminamos unidas las dos familias.
“Estuvimos muy cómodos, nos pareció bien, la comunicación era constante. Teníamos algo: yo lo seguía con el iPhone por donde estaba y me tranquilizaba muchísimo siguiéndolo”, relata.
—“Mami, ¿puedo ir a un carnaval en Huejotzingo? Me invitó Rodo, va a estar su familia allá”. Ese domingo 23 de febrero de 2020 yo le dije que sí, que sí podía ir.
“Y yo le dije que sí, que sí podía ir”, repite Angélica, quien recuerda cómo su hijo les mostró ese día en una videollamada la casa de su amigo Rodolfo, con quien fueron a Huejotzingo y la casa de los tíos donde comieron.
Entonces, rememora, le dijo que volviera a Puebla, porque al día siguiente debía ir al hospital donde hacía sus prácticas. Él le respondió que ya habían pedido un Uber. Ella hizo lo de siempre, observó su ubicación y esperaba que llegara a casa.
Después de una hora de ver televisión se fijó en el celular. Vio cómo el vehículo avanzaba hacia la carretera y luego regresaba a Huejotzingo;pensó que algo se le había olvidado, pero ya no se movió la ubicación: “ahí fue donde los dejaron”.
Era de madrugada, le marcó a Ximena, pero no respondió. Al día siguiente Angélica le marcó a Sonia y comenzó la pesadilla: buscaron a los amigos hasta que consiguieron el teléfono de Rodolfo, con quien habían ido a Huejotzingo, le pidieron ir a la dirección del geolocalizador. y los encontraron sin vida.
Juan Antonio Parada, padre de José Antonio, dice que quiere que a su hijo lo recuerden como él era: “una persona alegre, una buena persona, la educación de mi hijo fue excelente, nunca lo vi triste, emproblemado, era muy hablador, muy pinta (simpático), yo sentía que no tenía envidia de nada”.
“El único problema en mi vida ha sido eso (el homicidio de su hijo), yo no soy de discusiones o problemas; el único es este y aquí estamos poniendo la cara para que se haga justicia”, concluye Juan Antonio.
Recuerdos de un padre, el de Francisco Javier
A Francisco Javier, de 22 años de edad, además de ayudar a la gente y ser doctor, le gustaba bailar salsa y el futbol. Tenía planeado trabajar en Colombia y abrir una taquería. En su natal Veracruz buscaba un comedor comunitario, para los que menos tienen.
Así lo recuerda su padre, Francisco Javier Tirado Madrid, como aquel con el “don de ayudar” al grado de darle su dinero del almuerzo a compañeros que no tenían para su lunch en su infancia.
“Yo le decía, entonces Javier, ¿Qué te compraste?´ Y me decía ´nada’”, rememora su padre en entrevista con ContraRéplica Puebla.
Han pasado dos años desde que Francisco Javier, estudiante de Medicina en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), fue asesinado junto a otras tres personas en Huejotzingo.
Y mientras su padre busca más recuerdos de él, sólo encuentra en los que “Javi” buscaba ayudar: ya sea el sismo de 2017, cuando viajó a la mixteca para ofrecer asesoría médica junto a sus compañeros o cuando intervenía si acosaban a una mujer en el transporte público.
“Él me decía, yo quiero ser médico. Él era mi orgullo, yo siempre quise tener un hijo médico”, comparte.
Javi solía conversar con su padre, criticaba el sistema de salud mexicano; y cuando hizo sus prácticas en Colombia le relataba que era distinto a México y por eso quería quedarse allá, junto a Ximena y José Antonio, sus mejores amigos.
Durante el tiempo que pasó en el extranjero, Javi le mandaba audios que ahora no encuentra, con agradecimientos de sus primeros pacientes. Ya atendía partos y ejercía. “Aquí ya soy doctor, papá”, le decía.
A dos años de su asesinato, Francisco Javier quiere cumplir una de las metas que tenía su hijo. abrir un comedor en Xalapa, Veracruz. Pero el proceso legal por el que han atravesado, el duelo por la ausencia y su salud endeble, lo ha dejado sin posibilidades económicas para hacerlo.
“Mataron a cuatro familias”
Para Francisco Javier, no sólo mataron a Ximena, José Antonio y a JosuéEmanuel Vital. “Asesinaron a cuatro familias”.
“Estamos viviendo este duelo bastante difícil. Me he visto muy complicado de salud, su mamá imagínese cómo está, va con el siquiatra. Mi hija está destrozada, yo soy diabético y he tenido muchos problemas, al grado de perder un ojo, y estoy luchando porque no se apague el otro”, dice.
Pide que las tres personas detenidas sean sentenciadas con las penas máximas, pues más allá de la justicia, asegura, quieren evitar que dañen a otras familias.
“Javi era un buen estudiante, un excelente hijo. No nos cabe en la cabeza cómo personas buenas tienen que irse y las personas malas se quedan, porque estas gentes no supieron ni lo que hicieron. Ahora que enfrenten a la justicia, y que les den la mayor cantidad de años”, exige.
Él era Josué Emanuel Vital
Josué Emanuel Vital tenía 29 años de edad. Él no sabía que el viaje que había aceptado como Uber en Huejotzingo iba a ser el último. Era padre de un menor de entonces 7 años y quería casarse con su pareja, por eso dejó su oficio como carpintero y se dedicó a conducir, tenía la esperanza de ganar más.
El día de su funeral, la prensa consignó lo que había hecho el día que fue asesinado: desayunó con su familia, su suegro le había dicho que no fuera a trabajar. Él se limitó a responder que debía “salir a ganarse el pan de la casa”.
A las 21:30 horas de ese 23 de febrero de 2020 aceptó el viaje para trasladar a los tres estudiantes de Medicina, junto a los que fue asesinado.
Hoy inicia el juicio
El asesor legal de las tres familias, Ricardo Fernández, aseguró que hay elementos suficientes para que los dos hombres y la mujer señalados por el homicidio sean sentenciados hasta con 75 años de prisión por homicidio calificado y robo agravado.
En conferencia de prensa, los padres de los universitarios colombianos Ximena, José Antonio, y el mexicano Francisco Tirado, dijeron confiar por completo en las autoridades y en que los tres detenidos son los únicos responsables del multihomicidio.
El abogado descartó que haya más implicados, pues los dos hombres y la mujer afirmaron actuar por su cuenta, por lo que El Pirulí, jefe de la banda a la que pertenecían y quien se había fugado del penal de San Miguel, dijo, no está implicado en el caso.
Las tres familias solicitaron al gobernador velar porque se haga justicia y garantizar que no se repita un crimen similar. La apertura del juicio oral se llevará a cabo este viernes a las 10 horas en la Casa de Justicia de Puebla.