Puebla
Habitantes del municipio cavan pozos irregulares y filtran el líquido para regar sus cultivos y beber.
Por Guadalupe Juárez
En el municipio de Santa Clara Ocoyucan existe una comunidad que no tiene otra opción que regar sus cultivos con agua contaminada del río Atoyac: Emilio Portes Gil.
Aquí, ante la falta de agua –hasta para consumo personal- y en una región donde su principal actividad económica es la agricultura, los habitantes han tenido que excavar pozos, de forma clandestina, en donde la contaminación del afluente se filtra.
Gabriela Pérez Castresana, investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) recopila estos datos en su tesis para obtener el grado de doctora en Ciencias Ambientales.
En dicha comunidad hay un manantial, pero el abasto de agua es irregular, pues una de dos viviendas tienen agua –si bien les va- tres veces a la semana y para resolver la falta del líquido, utilizan como solución almacenarlo en tanques de polietileno y extraerlo de los pozos.
En 70 por ciento de los casos, el uso de esta agua es para el aseo personal, limpieza del hogar, cocinar, elaborar alimentos, para consumo de los animales y el personal, pero sólo 17 por ciento de estas familias hierven el líquido antes de utilizarlo.
La investigación arrojó que el agua de los pozos ilegales contenía bacterias fecales, además de que la concentración de metales pesados, la cual se incrementaba en temporada de sequía, cuando es más común que la falta del líquido provoque que se utilice el que corre por el río.
También, determinó que había riesgo de enfermedades cancerígenas, sobre todo en niños, por la ingesta de metales como arsénico, HI y CR.
En Emilio Portes Gil sus habitantes no toman las medidas sanitarias preventivas, por lo cual no se reducen los casos de enfermedades infecciosas, además de que no existe un tratamiento adecuado de las fuentes de abastecimiento de agua potable.
En este lugar hay 54 por ciento de adultos mayores; 24 por ciento, adultos; 6 por ciento, niños; y 16 por ciento, adolescentes, de los cuales, 57 por ciento son mujeres y 43 por ciento, hombres. Cuatro de cada 10 personas de la localidad viven de la venta de sus cosechas, en particular, hortalizas como hierbabuena, cilantro, tomate, cebolla, calabaza, maíz, ejote, forraje como alfalfa, además de nopal y aguacate.
Pérez Castresana identificó que los jornaleros saben que el agua del río está contaminada, pues la denominan “agua negra o sucia”, y sin embargo, a pesar de ello cuando riegan su siembra también se exponen a los tóxicos del Atoyac, al no utilizar cubrebocas o guantes.
A esto se suma que la mayoría de las viviendas se encuentran conectadas a un sistema “rudimentario” de cloacas, cuyos desechos terminan en el afluente.
Todas estas prácticas ya impactaron en la salud de los habitantes, en el análisis de la investigadora se encontró que, en cuatro de cada 10 casas, un familiar padece una enfermedad crónica, como diabetes, problemas renales, hipertensión, enfermedades congénitas y tiroides. En niños prevalece la diarrea y gripa, así como problemas en la piel por hongos y alergias.