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El verano inexistente y el doctor Frankenstein

El verano inexistente y el doctor Frankenstein

Columnas lunes 12 de abril de 2021 - 05:27

En el cantón de Cologny, aledaño a la ciudad de Ginebra, se levanta una colina que mira hacia el lago Léman, o lago de Ginebra, donde se han construido casas para habitarlas y también para pasar breves temporadas.

Una de esas casonas, llamada Villa Diodati, fue rentada en el verano de 1816 por Lord Byron, quien invitó a sus amigos, el médico John Polidori, el poeta Percy B. Shelley y su esposa en libertad, la escritora Mary, hija del connotado filósofo radical londinense William Godwin y la pionera del feminismo, Mary Wollstonecraft.

Dado que el año anterior había entrado en violenta actividad el volcán Monte Tambora, localizado en la punta de la isla indonesia de Sumbawa, ese verano gran parte de Europa y otras regiones de la Tierra fueron cubiertas por una densa capa de ceniza. Hubo hambruna. De día y de noche todo parecía estar en tinieblas, por lo que se le llamó “el verano inexistente”.

Para entretenerse, los invitados contaron historias. Una de ellas fue la del doctor Frankenstein, de la cual Mary Shelley escribiría el primer borrador aquí, en Cologny, y cuya versión final la publicaría dos años más tarde. Como dato curioso para los amantes del género de terror, esa misma villa fue alquilada por Bram Stoker cincuenta años más tarde y ahí escribió un borrador de Drácula.

Como dato interesante para los amantes de las bicicletas, puesto que también murieron miles de caballos, un alemán de nombre Karl Drais inventó este transporte, en ese entonces un artefacto rudimentario sin pedales ni frenos. Insólita conexión entre dos iconos del modernismo (la creación monstruosa del doctor Frankenstein y la bicicleta) que han trascendido hasta nuestros días hipermodernos, e incluso resurgen con fuerza por su poder de
seducción.
No lejos se encuentra la Fundación Bodmer, donde se preserva una magnífica colección de libros incunables, por ejemplo, una Biblia impresa por Gutenberg. En 2018 organizó una exposición con manuscritos, objetos originales e imágenes inéditas para recordar aquellos días del verano inexistente.
Mientras camino por ahí, pienso que la exactitud también evoca lo estático, un estado de inmovilidad. Trascender la vida, vencer la muerte es una forma de buscar la quietud. Nos remite a algo que hemos establecido y queda fijo, sujeto a cierta imposición, obligación o requerimiento. Tal es el caso de los relojes y los robots, adminículos tan fascinantes como evocadores; ingenios de la mecánica, el peso y la regularidad al servicio de un sueño: animar lo inerte, infundirle vida a un puñado de piezas inanimadas, cerrar un círculo tormentoso entre animales, humanos y máquinas. Con el descubrimiento de la electricidad y, más tarde, de la electrónica, se multiplicaron las posibilidades de fabricar mejores dispositivos automatizados, pues ya no dependerían de un mecanismo de cuerda. Un acercamiento entre animales, máquinas y humanos se dio gracias al interruptor de Luigi Galvani usado en las ranas de Alessandro Volta. No obstante, lejos de cerrar el círculo virtuoso con los humanos y los animales, las máquinas burdas y de apariencia hostil generaron desconfianza
entre los habitantes del mundo civilizado a principios del siglo XX.
Las guerras mundiales de 1914- 1918 y 1936-1945 terminaron por provocar fobia hacia un mundo
mecanizado y tiránico.

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/CR

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