Los resultados de la elección del 2 de junio se explican de manera multifactorial, pero hay que centrarse en la conformación de una coalición forzada por las diferencias de representación social, más que ideológica, construida entre el PAN, PRI y PRD —además de PSI en el caso de Puebla—.
En un análisis micro de la contienda, acudí a la casilla en la que emití mi voto y recogí los datos de las sábanas colocadas por las y los funcionarios de casilla, colgadas para informar a la gente sobre el estado de la votación. Tomemos exclusivamente la elección local para estos efectos.
Para votar por las y los candidatos de la coalición Mejor Rumbo para Puebla existieron hasta 15 maneras posibles.
Pudo marcarse exclusivamente el espacio del PAN, del PRI, del PRD o del PSI; aunque, una persona también tuvo oportunidad de marcar a los tres, o solo a dos, en múltiples variedades.
Sin embargo, en la sábana de mi casilla resultó sencillo observar que la ciudadanía que respaldo a esa coalición mayoritariamente eligió al PAN.
En la contienda por la gubernatura el panismo en solitario consiguió 118 votos; PRI, 21; PRD cuatro; y PSI tres.
Sin embargo, en donde cobra mayor fuerza mi hipótesis del desencanto de la coalición es cuando revisamos las otras formas de sufragar.
Marcar los espacios de los cuatro partidos políticos tuvo un total de siete votos.
¿Cómo puede ser posible que una coalición que se presentó como la opción para recuperar el poder, solo consiguió siete votos? La ecuación es sencilla, que la sociedad mexicana no confió en esa alianza político-partidista.
Las personas que votaron por Eduardo Rivera —regresamos al ejemplo utilizado— seleccionaron principalmente candidato y marca partidista, no coalición.
Otras siete personas marcaron al PAN, PRI y PRD, y tres más se inclinaron por colocar la cruz en el PAN y el PRI.
Las otras opciones posibles, por ejemplo, PAN-PSI, PAN-PRD, PRI-PRD, entre muchas otras, no recibieron ningún voto, ¡cero!
Los líderes de los partidos, Marko Cortés, del PAN; Alejandro Morelo “Alito”, del PRI; y Jesús Zambrano, del PRD, justificaron la coalición como un factor de unidad para enfrentar al régimen, y bajo esa premisa, ignoraron cuestionamientos de principios ideológicos y sociopolíticos.
Estos resultados de una sola casilla son contundentes; si miramos lo que arrojó el total de los votos a nivel estatal, multiplican la situación; la gente no miró la alianza, se inclinó por apoyar a “su partido”, e incluso otros aplicaron la máxima de “nunca votaría por este otro”.
Así, una de las lecciones básicas del 2 de junio tendría que ser que la coalición falló, la coalición opositora.
El PAN por sí solo podía alcanzar el segundo lugar de las elecciones del domingo; el PRI, en tanto, habría confirmado su decadencia, como ocurrió aún con la alianza; mientras el PRD pone en evidencia su desaparición total en el ambiente político.
La coalición, en suma, resultó un auténtico fracaso, porque no contribuyó siquiera a una diferencia menor entre el primero y segundo lugar, sino por lo expuesto, a lo largo de esta entrega, sobre la decisión de la ciudadanía al marcar su boleta.
CAJA NEGRA
Los mercados financieros reaccionaron no al triunfo de Claudia Sheinbaum en la presidencia de México, sino a la muy latente posibilidad de que la 4T obtenga la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y en el Senado, aunque en este último caso valiéndose de Movimiento Ciudadano.
La desconfianza que se reflejó en una caída en la Bolsa Mexicana de Valores y la depreciación del peso frente al dólar, obedece a la inquietud de reformas que eliminen la división de Poderes.
El reto va más allá del nombramiento de Rogelio Ramírez de la O para continuar al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. La próxima presidenta de México necesita enviar señales de que, aún con esa mayoría calificada, no habrá reformas constitucionales que trastoquen en el estado democrático.